(Foto: Congreso)
(Foto: Congreso)

El día lunes 28 de marzo se ventiló en el Congreso de la República la segunda moción de vacancia contra el presidente Pedro Castillo Terrones. Como era de esperarse, el resultado fue que no se alcanzaron los 87 votos requeridos para que prospere la vacancia y, por tanto, el presidente sigue en el cargo. En la democracia los votos mandan y hay que aceptarlos. Unas veces se gana y en otras se pierde. Es normal.

Lo que llama profundamente la atención, y es lo que particularmente me causa indignación, es la penosa y triste actuación de 19 congresistas que se abstuvieron de pronunciarse en favor o en contra. Es decir, no se quisieron pronunciar, no quisieron comprometerse, así como Pilatos, renunciando a un deber ético y moral y de respeto a la ciudadanía y sus votantes. Qué le van a responder a sus electores: “¿No sabía qué decidir, tuve miedo, me habían comprometido?” Solo ellos lo saben. Son congresistas que no están a la altura. ¿Podrán tener sus conciencias tranquilas? Me temo que no. Han actuado en forma irresponsable, tibia, por decir lo menos. A propósito, propondría al Congreso que se suprima esa alternativa en adelante. Tarde o temprano dirán, si las cosas se ponen peor, “pero yo no voté a favor ni tampoco en contra”, según cómo les convenga. Tuvieron el comportamiento de los bien llamados “cojudignos”: “Yo no voté por Castillo ni por Keiko, voté viciado o en blanco, así que a mí no me echen la culpa de lo que pase”.

Aunque el tema de este artículo es la abstención, no puedo dejar de referirme al tema de fondo. Este era un proceso eminentemente político. Y valgan verdades, había razones más que suficientes para vacar al presidente. Un presidente debe ser una persona inmaculada, de conducta intachable, sobre la cual no quepa la más mínima sospecha de corrupción, de traición a la Patria o de otros comportamientos lesivos. El Perú no puede ser un país chicha. No se puede estar perdonando así porque sí. Demos el ejemplo. En el presente caso, lamentablemente, nos hemos encontrado que sí le salpican esas manchas. Es muy evidente que apañó la aparente corrupción de sus familiares y allegados cercanos y lo que es indiscutible es que ha mostrado un comportamiento cómplice al haber nombrado ministros muy cuestionados por su acercamiento con el terrorismo, al crimen, etc., y en lugar de separarlos de inmediato en resguardo de la credibilidad y prestigio de su gobierno, haciendo un deslinde claro con el terrorismo, los ha mantenido en el cargo, algo que no se entiende.

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No está en juego si es un hombre humilde, si es serrano o no, si el color de la piel lo favorece o no, que son excusas que se dan para justificarse. La incapacidad del presidente para gobernar no pasa por esos factores. No hay discriminación como sostienen para seguir dividiendo a los peruanos en la estrategia de lucha de clases que es la esencia del marxismo. Hemos tenido en nuestra vida republicana presidentes provincianos, serranos, de origen humilde y de color cobrizo. Eso no influye en nada. Lo que pasa con el actual presidente es que penosamente no está preparado para gobernar, no sabe nada, ni siquiera leer bien. Como un ejemplo y sin ir muy lejos, está el caso de Alejandro Toledo, quien tuvo un origen más humilde que el de Castillo y, sin embargo, ese origen ni sus rasgos andinos fueron obstáculo para ser elegido presidente; fue un hombre con mucho mérito porque se esforzó por estudiar, por progresar, porque el que estudia tiene mayores oportunidades y no se lanzó a la candidatura irresponsablemente sin estar preparado. Que a la larga, aparentemente, resultara involucrado en actos de corrupción, lo que lo deshonra por completo, no le quita los méritos que lo llevaron a la presidencia. Castillo, sin embargo, se dedicó a piratear la reforma de la educación, se opuso como sindicalista a que los profesores puedan ser evaluados. Perjudicó a los alumnos paralizando las clases por meses. Ese fue su mayor mérito, ser un dirigente sindical y de uno de los sindicatos más violentistas.

¿Pero todo esto y mucho más lo saben los congresistas que renunciando a su deber votaron en abstención? ¿Y lo saben los que votaron en contra? ¿Quién es el verdadero perjudicado? Pues el pueblo, por quien todos los políticos se esmeran en decir que se preocupan. Y ante todo ello, ¡hay políticos que se abstienen!

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