Foto: Claudio Reyes/AFP
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@CamilaBozzo1

Hace poco más de un año entrábamos en confinamiento estricto. Será cuestión de unos días o a lo mucho semanas, pensábamos; pero hoy estamos aquí, después de meses de restricciones, conscientes de que el virus ha llegado para quedarse (por lo menos dos o tres años, según los científicos) y de que tendremos que aprender a cohabitar con él y con sus olas y rebrotes.

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Quizás sería un poco más llevadero y nos sentiríamos menos vulnerables y desprotegidos si tuviésemos un Estado operante y una clase gobernante que esté a la altura de las circunstancias.

Pero no, lo que hemos visto en los últimos meses es una seguidilla de decisiones desacertadas e indolentes: nos confinaron por meses pero no prepararon el sistema de salud para futuros rebrotes, tampoco construyeron suficientes plantas de oxígeno, ni se compraron vacunas a tiempo. Confieso que a veces, cuando caigo en estados de ensoñación, imagino cómo se sentirá un ciudadano alemán o, sin ir muy lejos, uno chileno, al saber que tiene una cama UCI si cae enfermo o que su vacunación está a la vuelta de la esquina.

No pretendo ser derrotista, todo lo contrario, prefiero agudizar la vista para ver ese halo de luz que espera al final del camino.

Creo que hay que rescatar que todos los candidatos presidenciales que están punteros coinciden en que sus esfuerzos deben estar abocados en combatir la pandemia (con matices, unos proponen fortalecer el primer nivel de atención, otros la vigilancia epidemiológica y otros construir plantas de oxígeno) y que la vacuna es una de las principales herramientas para lograrlo.

Ahora bien, ¿cuál de ellos está en mejores condiciones de enfrentar la pandemia y de acelerar el proceso de vacunación? Esa es una de las preguntas que tenemos que respondernos antes de ir a votar este domingo.

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