(Foto: GEC)
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Pasan los días y el fujimorismo no ofrece evidencias contundentes que demuestren que hubo fraude. Y, aunque todo indicaría que Castillo será finalmente el ganador, es el JNE el que tiene la palabra final, y tenemos que esperar a que termine de revisar todas las actas anuladas y se pronuncie oficialmente. Una vez que lo haga, lo que corresponde es aceptar los resultados y luego exigirle a Castillo, el probable ganador, que gobierne dentro de los márgenes constitucionales y que respete los valores democráticos. Debemos exigirle, además, que gobierne pensando en todo el país y no solo en la mitad que votó por él. Eso pasa ineludiblemente por moderarse y por claudicar a su agenda radical (tanto el Ideario Cerrón como el Plan Bicentenario) y a sus intenciones de convocar a una Asamblea Constituyente para modificar la Constitución. De insistir en tales propuestas la ingobernabilidad, la obstrucción y el entrampamiento serán el emblema de su gobierno y arrojarán al país a un espiral de caos e inestabilidad.

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Quienes no votamos por Castillo, porque creemos que sus propuestas radicales y al filo de la ley llevarán al país por el despeñadero, debemos convertirnos en una oposición crítica, constructiva, militante y, sobre todo, democrática. Como lo he dicho en columnas previas, aquí no hay espacio para amagues de golpe. Ya es hora de sofocar aquellas voces antidemocráticas y termocéfalas que añoran un regreso a la intervención militar o a aquéllas que, en una pseudo defensa de la democracia, piden que las elecciones sean anuladas de manera inconstitucional e ilegal. No podemos permitir que, después de 20 años consecutivos en democracia y con cuatro transferencias democráticas y pacíficas de mando, el fantasma del golpe inconstitucional aceche a nuestra frágil y atribulada República.

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