Otro fenómeno que se observa en la región, y que es consecuencia de esa profunda desafección con la política, es lo que algunos analistas han comenzado a llamar, para vergüenza nuestra, el “síndrome de la peruanización de la política”. Sus rasgos centrales: el deterioro de las organizaciones políticas y el auge de los partidos cascarón que, a la postre, promueve la emergencia de los outsiders; la fragmentación electoral (Castillo, que pasó a segunda vuelta con apenas el 15% de los votos válidos, es el resultado de esa atomización); el fraccionamiento en el Congreso y la consecuente imposibilidad de alcanzar consensos; y, finalmente, el desencanto cada vez mayor con la democracia. En el caso del Perú, los resultados del Barómetro de las Américas nos ubican en el penúltimo lugar de la región, después de Haití, en satisfacción con la democracia.