Castillo y el otro Perú

@CamilaBozzo1

Hay un Perú que, en pleno siglo XXI, sigue viviendo en la premodernidad. Es un Perú que está afincado en la precariedad y en la exclusión, y al que el Estado no lo alcanza con sus servicios más básicos (justicia, educación, salud). Un Perú que sabe que hay otro Perú, con el que, además, tiene filiación territorial aunque no cultural ni emocional, que sí ha logrado subirse a la irreversible oleada globalizadora, a la modernidad (entendida esta como inserción en el sistema económico mundial y en la democracia). Aquel Perú quiere progreso material, sin duda, pero también tiene necesidades emocionales: quiere ser reivindicado, empoderado, quiere formar parte del proyecto país.

Las candidaturas más nacionalistas, las que proponen un Estado fuerte, y también las más populistas (en su acepción no solo económica, sino principalmente política) son las que mejor capitalizan ese malestar. Es por eso que la oferta electoral de Mendoza (izquierda) y Lescano (izquierda populista) fueron inicialmente las más atractivas para este sector de la población. Hasta que, de soslayo y silente, apareció Pedro Castillo, ofreciendo un Estado omnisciente, poderoso, y más cercano; y a costa de ellos comenzó a crecer vertiginosamente. Las regiones más pobres del país le han dado un apoyo indiscutible: en Ayacucho y Huancavelica su votación supera el 50%.

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Si queremos que la democracia sobreviva, debemos extender el desarrollo económico y el alcance del Estado de la costa a la sierra y la Amazonía. El problema de la propuesta de Castillo es que, en vez de querer incluir a ese otro Perú en la modernidad, pretende que todo el país regrese a la premodernidad. Ya lo dijo: comenzará una masiva campaña nacionalizadora, anulará todos los tratados internacionales para que dejemos de ser una “colonia comercial” y, además, no tendrá reparo en saltearse la ley y el Estado de derecho de ser necesario (disolverá el Congreso y desactivará el Tribunal Constitucional en caso de que no lo dejen trabajar).

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