Cuando el presidente Castillo inició su mandato, tuvo la oportunidad de convocar a un gabinete solvente y de ancha base, y de forjar alianzas con las bancadas de “centro” (centro es un eufemismo paradójico en estos días). Optó, sin embargo, por quedarse acuartelado en la ladera de Cerrón. Hoy, después de nueve meses de gobierno, ha entrado a un punto de no retorno: está profundamente aislado, y su permanencia en el poder pende de un hilo que está en manos de Cerrón. Un giro en la conducción del gobierno implicaría enemistarse con quien sostiene su precaria permanencia en Palacio.