(GEC)
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Coincido con quienes creen que los resultados del referéndum generan sentimientos encontrados. No me refiero aquí a la naturaleza esencialmente política del referéndum, que terminó evidenciando un apoyo arrasador al Ejecutivo (y de eso se trataba todo en el fondo, ¿no?), sino al costo asumido para que la correlación de fuerzas tome una nueva dirección.

Que se haya aprobado la reforma vinculada a la conformación y funciones de la Junta Nacional de Justicia, así como la vinculada a una nueva y mejor regulación del financiamiento de partidos, son excelentes noticias. Estos son dos pasos al frente.

Sin embargo, haber prohibido la reelección de congresistas no tiene ningún sentido técnico, sobre todo cuando uno de los problemas de la representación nacional no es que los congresistas se reelegían, sino que no haya más reelectos que conformen una camada grande de legisladores profesionales, como sucede en las democracias con mejor institucionalidad. Una de las razones por las que en el Perú la clase política no existe es porque le tenemos terror a la profesionalización de la política. Son más los aventureros desconocidos a los que conocemos por su trayectoria e historial de votación, nos caigan bien o no.

Lo mismo con la oportunidad de instaurar la bicameralidad en el Congreso. En este caso fue la mayoría legislativa la que boicoteó esta reforma al ingresar de contrabando modificaciones que nada tenían que ver con el asunto. En un país tan fragmentado y diverso, creo que la bicameralidad trae la posibilidad de una mejor representación y producción legislativa.

Pasados los dos años que exige la ley, estos dos temas deben ser puestos nuevamente al debate. La mala experiencia con el legado PPK y el fujiaprismo desbocado no debería condenarnos ni amordazar el espíritu reformador.

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