Fieles rezan durante la Misa de Navidad en la Catedral de la Ascensión del Señor en Kherson, en el sur de Ucrania, el 25 de diciembre de 2022, en medio de la invasión rusa de Ucrania. (Foto de Dimitar DILKOFF / AFP)
Fieles rezan durante la Misa de Navidad en la Catedral de la Ascensión del Señor en Kherson, en el sur de Ucrania, el 25 de diciembre de 2022, en medio de la invasión rusa de Ucrania. (Foto de Dimitar DILKOFF / AFP)

En esta entelequia global que llamamos “año nuevo”, deseo, como todos lo hacen, un feliz 2023 a quien lo merezca a sabiendas de que no serán alegres los días, semanas y meses para millones de personas que padecen guerras de invasión como la de Ucrania o Siria (repartida entre Rusia, Irán y Turquía); para quienes sufren conflictos internos como los de Yemen, la República “Democrática” del Congo, Libia y un largo etcétera; ni lo serán para los sometidos ciudadanos de feroces dictaduras como las de Guinea Ecuatorial, Cuba, Venezuela, Nicaragua, Rusia (Putin, el ubicuo Putin está en todo), Corea del Norte y muchas más.

Lo mismo se aplica para millones de seres humanos que sobreviven durante décadas a situaciones crónicas de hambruna, enfermedades, migraciones para escapar de persecuciones y miseria, y todo aquello que tantos damos por descontado en nuestras confortables vidas. No pretendo descubrir la ley de gravedad, aunque sí enfatizar que, sin un gravitacional empeño de concretar mayor igualdad y libertad a nivel mundial, estas desgracias continuarán por décadas o, si el calentamiento global lo permite, por siglos.

Para quienes podemos ayudar algo por un mundo mejor, comenzando en el lugar donde vivimos, quizá sea bueno buscar un equilibrio entre encerrarnos en las necesarias “burbujas” de lo que nos gusta e interesa con menos dosis de indiferencia hacia lo que pasa en nuestras sociedades luchando contra la adicción a la instantaneidad y gratificación inmediata de las redes sociales (a menudo oscilando entre lo superficial y profundos mensajes de odio) abriéndonos más a conocer a los demás y a lo demás de manera directa.

En fin, el gran internacionalista Thomas Friedman resumiría bien lo que intento expresar: “…cuanto más rápido se vuelve el mundo, mayor importancia toman las cosas viejas y lentas. Es decir, buenos valores. La única forma de aprender buenos valores no es haciendo un download, es de la forma antigua: de buen padre a buen hijo, de buen maestro a buen estudiante, de buenos burócratas a buenos ciudadanos…”.

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Resumen 2022: Investigaciones Pedro Castillo