Desde 2010, cuando la FIFA eligió a la Rusia de Putin y la Qatar del Emir Al Tahani como sedes de los Mundiales de 2018 y 2022, ya se conocía lo que pasaba en el país del Golfo Pérsico y en ese momento pocas voces cuestionaron el problema de los derechos humanos en esa nación (así como sucedió con China para las Olimpiadas de verano 2008 e invierno 2022).
Revisando varios artículos publicados en redes sociales desde hace una década, abundan muchos que criticaron el estrecho vínculo de Qatar con clubes, marcas y deportistas de varias disciplinas desde la Formula 1 hasta el Fútbol. Por ejemplo, en la web Mundo Deportivo, en 2017, se publicó un texto sobre cómo equipos como el Bayern Múnich, el PSG y el más conspicuo, el Barcelona F.C., fueron patrocinados por el emirato y por largo tiempo el club catalán utilizó en su camiseta la publicidad de Qatar Fundation y luego de Qatar Airways.
Se podría extender la lista de gobiernos, empresarios, futbolistas, equipos deportivos y medios de comunicación que durante 12 años ignoraron el tema de los derechos humanos en Qatar a sabiendas de la explotación laboral que causó la muerte de cientos de obreros extranjeros en la construcción de los estadios, de la falta de derechos para mujeres y tantas otras violaciones a la dignidad de la vida humana en ese país, pero, es justo ahora, pocos días antes y durante el Mundial, cuando los medios y las redes estallan con la crítica.
Sabíamos que la FIFA es corrupta, sabíamos que el deporte y los DDHH no van de la mano, pero también sabíamos que por un lado criticamos y por el otro disfrutamos del fútbol que allá se juega. No es verdad que “todos somos Charlie Hebdo” pero sí, casi todos somos Qatar porque somos críticos de salón.