“Apelar al nacionalismo, la falacia o a su inmenso poder de Estado (ius imperium) para obligar a renegociar un contrato que él mismo promovió y firmó equivale pues, a que, a cualquiera de nosotros, se nos arrebate la cartera a cambio de que no se nos dispare en la cabeza”. (Foto: GEC)
“Apelar al nacionalismo, la falacia o a su inmenso poder de Estado (ius imperium) para obligar a renegociar un contrato que él mismo promovió y firmó equivale pues, a que, a cualquiera de nosotros, se nos arrebate la cartera a cambio de que no se nos dispare en la cabeza”. (Foto: GEC)

Cuando alguien nos apunta con una pistola y exige la cartera a cambio de nuestra vida hay stricto sensu una negociación, bajo amenaza, pero “negociación” al fin y al cabo.

El resultado casi siempre será el mismo, aquél que infunde sus “argumentos” amparado en el poder del fuego obtendrá lo que persigue y la “contraparte” salvaguardará aquello que le es preciado: su vida.

Hemos usado un circunloquio para darle otro cariz a aquello que, claramente, es un robo.

Usemos otro ejemplo. El Estado, empleando sus propias reglas (leyes), invita a empresas para que, con sus recursos, compitan parar desarrollar y poner en valor algún recurso natural o actividad. Recibe ofertas y opta por aquella que, a su entender, satisface mejor sus expectativas y suscribe, civilizadamente, el contrato que gobernará esa relación o proyecto.

El Estado participará de las rentas que el proyecto genere tanto en impuestos como en regalías. Buen negocio para ambos. El Estado cobra o gana sin invertir un Sol y el privado tiene la oportunidad de obtener utilidades.

Pero, los estados, nunca se contentan y quieren más recursos o crean distracciones para ocultar sus propias incapacidades o verdaderos motivos. Si el negocio no es tan bueno (pese a no haber invertido) buscarán deshacerlo y, si es bueno, buscarán más beneficios. ¿Qué los limita? Pues el contrato mismo y las leyes. Para eso existen.

Apelar al nacionalismo, la falacia o a su inmenso poder de Estado (ius imperium) para obligar a renegociar un contrato que él mismo promovió y firmó equivale pues, a que, a cualquiera de nosotros, se nos arrebate la cartera a cambio de que no se nos dispare en la cabeza.


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