"Ningún golpe de Estado se facciona en un día. Tampoco es la obra de un “lobo solitario”, por más desquiciado que sea el golpista".
"Ningún golpe de Estado se facciona en un día. Tampoco es la obra de un “lobo solitario”, por más desquiciado que sea el golpista".

Los golpes de Estado no resultan tolerables en pleno siglo XXI. Son la antítesis de la , la libertad, la voluntad popular y la convivencia en paz, bases para el desarrollo de una nación.

Ningún golpe de Estado se facciona en un día. Tampoco es la obra de un “lobo solitario”, por más desquiciado que sea el golpista. Tanto los que triunfan como los que fracasan requieren preparación, concierto de voluntades y conjunción de acciones desarrolladas en el tiempo.

La narrativa que pretende exculpar a Pedro Castillo de su responsabilidad golpista señala que lo del 7 de diciembre no fue un golpe de Estado; fue un discurso voluntarioso, unilateral y singular, y que todos los que lo acompañaron en esa aventura oprobiosa no sabían lo que diría y quedaron, puntos más o puntos menos, “sorprendidos” con lo que la nación acababa de escuchar, en vivo y en directo, en donde Castillo se proclamaba por sí y ante sí, como autócrata que gobernaría mediante decretos ley, “disolviendo” el Congreso, “interviniendo” el Poder Judicial, el Tribunal Constitucional y el Ministerio Público, entre otros. Es decir, la ruptura total del orden constitucional, la Constitución por los suelos, la legitimidad democrática del poder constitucional hecha añicos y el regreso a épocas superadas en la historia del Perú que –felizmente– terminaron con el final del siglo pasado.

Dicho sea de paso, terminó emulando a su némesis Alberto Fujimori, de quien él y sus adláteres habían abjurado y hacían escarnio de su condena judicial. Lo paradojal enseña que, al final, mucho del discurso de Castillo parecía extraído de lo que –en su día– profiriera Fujimori. A fin de cuentas, terminaron de vecinos en la legítima detención que, a uno y al otro, hoy les toca afrontar en aplicación de la justicia.

El Congreso ha sido lento en reaccionar. No se formó de inmediato una “megacomisión” para investigar algo tan grave como un golpe de Estado y a todos (a todos, sin excepción) sus partícipes. Hay muchos que, al fracasar el mismo, ver la inmediata respuesta institucional de las FF.AA.-FF.PP., la reacción institucional madura y democrática, empezaron a silbar al techo tratando de desmarcarse de esta responsabilidad. Pero eso es algo que está pendiente.

Por ejemplo, ¿por qué no se ha investigado el abrupto cambio en la DINI y del Mindef justo el fin de semana anterior al golpe, cuando justamente la participación de las FF.AA. era clave para su éxito o su debelamiento? ¿Por qué el premier y la presidenta han pasado por agua tibia que personajes que estuvieron en el Mindef, la mañana de los hechos, complotando contra la democracia, luego carezcan de responsabilidad y terminen premiados nada menos que con el propio Mindef?

La respuesta que esta semana ha dado el Congreso ha sido importante, pero insuficiente. No puede tocar a quien fuera el premier de Castillo y a quien se atribuye la redacción –y, por lo tanto, las ideas golpistas– del malhadado discurso autócrata, ya que en esa fecha no era ministro, pero le ha pasado la cuchilla a quien fuera la tan entusiasta y belicosa, como breve, premier; a quien fuera el Mininter que tenía por misión cerrar el Congreso y dar protección a los allegados al golpe, y a uno de los congresistas exministros más cercanos a Castillo.

Al final, en el caso del congresista exministro, se le ha salvado la curul con los votos claramente identificables de una agrupación política, la del némesis de Castillo, que demuestra así su vocación por la ceguera política y el fracaso.

Salvando aquellos congresistas –valiosos y consecuentes–, los demás después se preguntarán por qué la opinión pública les es tan desfavorable, por qué las encuestas piden el cierre del Congreso y por qué su accionar político termina siempre castigado. Si miran para atrás, en esa semana, tendrán una clara respuesta a la distancia de su propia sombra.

Aníbal Quiroga es jurista. Profesor principal de la PUCP.