Comenzamos a ver la luz al final del túnel. Las vacunas muestran resiliencia y nos esperanzan noticias sobre pastillas retrovirales. La normalidad asoma, tímidamente, con el lentísimo, pero ansiado retorno gradual al colegio y con cada vez más reencuentros entre amigos que no hemos visto desde que aprendimos términos como COVID, dióxido de cloro, ivermectina y VacunaGate.
Globalmente, expertos anticipan un 2022 con una explosión de eventos sociales, bodas, conciertos y viajes locales. En turismo internacional, se respira un optimismo cauteloso, pero dependerá de cada país, región e incluso ciudad capitalizar la demanda de los viajeros más atrevidos, esos que empiezan a desempolvar sus pasaportes.
Perú tiene un enorme reto por delante. Nuestra pobre respuesta a la pandemia, que encabeza los peores tipos de listas, ha dado la vuelta al mundo. Lo mismo con nuestro tragicómico y persistente circo político.
Millones de peruanas y peruanos: chefs, artesanos, guías, mozos, trabajadores de hoteles, empresas textiles y museos esperan con ansias el retorno masivo de turistas. Pero el viajero ha cambiado en la pandemia, ante la incertidumbre causada por el COVID y sus recurrentes olas, la toma de decisión ahora es más ágil, aprovechando ventanas de oportunidad que se abren y cierran rápidamente.
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Para que esas ventanas en Perú se mantengan abiertas, es necesario persistir con las campañas de vacunación, sobre todo con estrategias dirigidas al sector turístico, como ya lo han hecho México y Tailandia con gran éxito.
Por el lado del gobierno, se requiere consistencia, pero el término “estabilidad política” en nuestro país se ha convertido en un mal chiste, un oxímoron. Tristemente, el Congreso y, sobre todo, el Ejecutivo serán otro obstáculo que los promotores del turismo deben sortear.
Lea mañana a: Javier Alonso de Belaunde
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