Foto: GEC
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Cada dos semanas barajo ideas para esta columna. Considerando el presente contexto, es muy fácil irse hacia lo negativo. Para hoy, pensé escribir sobre la ; o cómo el centralismo en nuestro país es, tristemente, ; o en el .

Pero la semana pasada vacunaron a mi abuela de 87 años, así que, para variar, quiero concentrarme en lo positivo. A poco más de un año de estar encerrados, fue posible que varios tíos y primos podamos visitar a mi abuela (guardando distancia, al aire libre y con mascarillas), pero sintiéndonos todos un poco más seguros al saber que la matriarca había recibido su primera dosis. Es innegable el poder de ese alivio colectivo que empiezan a sentir al ver a sus seres queridos más vulnerables protegidos.

En la pandemia de 1918, la humanidad y el costo en vidas fue incalculable: la fatalidad , lo que sería equivalente hoy a más de 250 millones de personas.

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La actual oferta de vacunas ha sido desarrollada , en un ejercicio de . Tantos proyectos han logrado desarrollar una vacuna efectiva que hoy muchos se pueden dar el lujo de discutir los atributos de cada marca, como si fueran carros. Pero esta comparación, un poco mezquina, oculta lo que realmente son estas sustancias: curas milagrosas que señalan hacia el fin de esta terrible crisis.

Todo esto, sumado a la propuesta de la comunidad internacional para , debería permitirnos una pequeña dosis de esperanza, optimismo y, no menos importante, gratitud.

Lea mañana a: Javier Alonso de Belaunde

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