A pesar de la improvisación, caos interno y fundamentalismo ideológico, Castillo ha mostrado ser sorprendentemente resiliente a un tsunami de ataques externos (y no pocos autogoles). Quizás, porque ha entrado en una espiral que lo confirma como el candidato antisistema.
Estos candidatos, históricamente, tienen mayores chances en épocas de guerra o graves crisis económicas. En Perú, es innegable la altísima factura que nos ha pasado el COVID-19 en esos frentes. Y no se requiere de mucha imaginación para saber que la crisis ha sido mucho más severa y fulminante con los más vulnerables (donde Castillo tiene su bolsón electoral).
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La espiral antisistema, que dicho sea de paso contribuyó a que Fujimori gane en 1990, se refiere a ciertos actos del sistema que terminan por validar las credenciales del outsider. Por ejemplo, un claro sesgo de la prensa puede sentirse como cargamontón y no hacer mella en el candidato criticado.
Lo mismo con el endoso de figuras públicas o celebridades. La historia enseña que, en épocas de guerra, terminan siendo tiros por la culata. Después de todo, es comprensible que alguien rico y famoso quiera mantener el statu quo. De igual manera, los comunicados, sobre agroexportación, minería, TLC o importaciones, que defienden las virtudes del sistema, caen en oídos sordos. Pues si estás en una situación de extrema fragilidad, como la pandemia ha dejado a millones, es difícil analizar fríamente los pros y contras de la situación actual.
Estas espirales son difíciles de romper (si no lo fueran, Trump y el Brexit no habrían ocurrido) y, en muchos casos, paradójicas. Pues la historia también demuestra que, si Castillo lleva a cabo su plan de gobierno, los más afectados serán, una vez más, los que hoy ponen sus esperanzas de cambio en él.
Lea mañana a: Javier Alonso de Belaunde
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