“Los más altos intereses de un país son efectos de múltiples intercambios y comercio libres y abiertos. Ese es el camino más eficaz: cuanto más se ha tenido, más se ha incluido a todos”. (Foto: Andina)
“Los más altos intereses de un país son efectos de múltiples intercambios y comercio libres y abiertos. Ese es el camino más eficaz: cuanto más se ha tenido, más se ha incluido a todos”. (Foto: Andina)

Nos vienen machacando la necesidad de inclusión en el Perú, el requerimiento de un país con propósito común, el encuentro de una identidad que nos unifique y la celebración de algo que nos concierna a todos. ¡Qué duda cabe que esos son los intereses de la patria y comunidad a la que aún no pertenecemos!

A Europa le costó mil años amalgamar la cultura grecorromana con la judeocristiana y aún después de todo eso, se generaron dos guerras mundiales, la sangrienta separación de Yugoslavia y, ahora, la guerra fratricida entre Rusia y Ucrania. Y a nuestro caso, hay que sumar que, con luces y sombras, llevamos casi 530 años tratando de unir el viejo mundo con nuestra civilización indígena.

Más que la llegada, lo que importa es la ruta. Los más altos intereses de un país son efectos de múltiples intercambios y comercio libres y abiertos. Ese es el camino más eficaz: cuanto más se ha tenido, más se ha incluido a todos. En suma, el capitalismo es la mejor herramienta de colaboración jamás inventada y la mejor forma actuante de un “nosotros inclusivo”.

En los actos de comercio, el “nosotros” siempre incluye a “ustedes”. No hay vendedor sin comprador. Es un permanente “nosotros sinalagmático”, un mecanismo de satisfacción de necesidades recíprocas y la herramienta más poderosa de colaboración libre y voluntaria de “nosotros” y “ustedes”.

Otro Papa dijo: “El mercado es la mejor cadena de solidaridad que se extiende progresivamente y llega hasta los últimos confines del ser humano”. Y agregó: “Si el Estado ha de tener una incumbencia, debe ser garantizar la propiedad y la libertad individual de manera que quien trabaja y produce pueda disfrutar de los frutos de su trabajo”. ¡Bravo, Juan Pablo II!


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