"Digamos: ¡Soy peruano nada más y –sobre todo– nada menos! Digamos eso a quien nos quite la nación cívica" (Foto: iStock)
"Digamos: ¡Soy peruano nada más y –sobre todo– nada menos! Digamos eso a quien nos quite la nación cívica" (Foto: iStock)

Al caer el se confirmó que el comunismo había arrasado con los obreros. Desde entonces, en educación y universidades, cultura y medios y finalmente en política, la izquierda traicionó su igualdad, la abandonó y convirtió a la desigualdad en ‘políticamente correcta’.

Ese fue un punto inspirador del discurso de agradecimiento de Cayetana Álvarez de Toledo a Chile por su rechazo al proyecto de Constitución disolvente.

Para dicha historiadora, el ideario de izquierda es un compendio de chatarra ideológica para hacer: “Condescendencia con los violentos, desprecio a la propiedad privada, ataques a la libre elección, separatismo identitario, ecología mal entendida, debilitamiento del Estado y hasta disolución de la nación”.

Ese ideario tuvo en Chile una derrota aplastante el 4 de setiembre. Salieron victoriosos la cultura de la nación cívica, el desprecio a la victimización, el rechazo a la esclavitud, el fortalecimiento de la unidad, la negación al separatismo y la maravillosa y siempre enorme dignificación del ser ciudadano, como máximo honor al que puede aspirarse en un país civilizado. En suma, se hizo añicos el intento de implosión por la vía insultante de la desigualdad ante la ley.

Digamos, como quisiera Cayetana: ¡Soy peruano nada más y –sobre todo– nada menos! Digamos eso a quien nos quite la nación cívica. Eso, al puñado de adolescentes de todas las edades que no entiende la tarea sobria, adulta y ardua del gobernante. Eso, al que le falte hervor para afrontar los problemas con madurez y seriedad. Eso, a la pandilla de corruptos (miserables todos). Y, finalmente, eso, a quienes sustituyeron, con descaro, pero sin pena ni gloria, su tótem de igualdad por otro de desigualdad.

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Luis Arias Minaya