En el Perú, frente a junio de 2021, “para siempre” puede ser lo que toma marcar una cédula de sufragio. Ese segundo que puede durar y fregar a todos para siempre, señala el columnista. (Foto: Josué Ramos Champi/ GEC)
En el Perú, frente a junio de 2021, “para siempre” puede ser lo que toma marcar una cédula de sufragio. Ese segundo que puede durar y fregar a todos para siempre, señala el columnista. (Foto: Josué Ramos Champi/ GEC)

En ALICIA EN EL PAÍS DE LAS MARAVILLAS se presenta este diálogo universal:

Alicia: ¿Cuánto tiempo es para siempre?

Conejo Blanco: A veces, solo un segundo.

En el Perú, frente a junio de 2021, “para siempre” puede ser lo que toma marcar una cédula de sufragio. Ese segundo que puede durar y fregar a todos para siempre. Qué alta responsabilidad está en cada voto, de cada segundo, de cada uno de nosotros. En cada uno de ellos estamos todos. Puede cambiar para mal el resto de vida que nos queda a todos.

En la encrucijada de junio no tengo la seguridad, pero sí la esperanza de que las heridas de Keiko en la cárcel, en vez de abrirle la piel, le abrieron los ojos y el corazón. Aquí es cuando cabe continuar el diálogo de Alicia y su amigo el Conejo Blanco:

Alicia: ¿Y cuánto tiempo es un segundo?

Conejo Blanco: Cuando amas una eternidad.

Hemos visto en Keiko actos de contrición, propósitos de enmienda y gestos concretos de un proceder distinto. Está en todos (ella incluida), además del don del perdón, ese segundo de eternidad basado en el amor. Ese de la oportunidad de entregar y recibir entrega. Ese de la altísima responsabilidad de salvar a este país del abismo de una buena vez.

Tal vez ciertas lecciones del proceso electoral nos iluminen: querían separarnos y nos han reunido; querían asustarnos y hemos salido jugando con nuestras sombras, hambrientos de libertad y lo más importante: querían imponernos su visión del mundo y hemos salido queriendo un mundo basado en la gratitud, la alegría y la presencia del otro.

No hay sustitutos para la libertad y la paz. Lo dijo el Conejo Blanco y tenía razón: la vida puede cambiar en un segundo. En el que confluyen cultura, idioma y emoción es para siempre.