(Foto: Composición/Diseño GEC)
(Foto: Composición/Diseño GEC)

La dramática crisis actual tiene como principales responsables al gobierno y al Congreso. Qué duda cabe. Pero no son ellos las causas estructurales de este complejo problema. Somos nosotros, los ciudadanos. Nosotros votamos por ellos y priorizamos, después de votar un domingo cada cinco años, lo privado (“lo mío”) por sobre lo público (“el nosotros”). Nos conformamos en construir y asegurar el modelo económico (que trae, efectivamente, muchos beneficios) pero menospreciando el necesario modelo institucional y social para lograr el sueño republicano. Y, peor aún, tuvimos una persistente indiferencia por la política sin comprometernos nosotros, y más bien apostando por caudillos y gabinetes de moda, pensando que era suficiente. A nuestra historia le sobran caudillos individualistas, pero cuánta falta le han hecho colectivos institucionales.

Ni Belaunde ni Velasco transformaron los profundos reclamos campesinos y populares en movimientos de justicia de larga duración, efectivos en armonizar la dignidad del trabajador, lo sagrado de la tierra y lo productivo de su uso. Ni Vargas Llosa ni Fujimori hicieron lo propio a partir de las demandas de las que fueron catalizadores. El arranque entusiasta del Movimiento Libertad no superó la derrota electoral para construir un movimiento sostenido en el tiempo en pro de la libertad económica y política del país. Y la movilización de “honradez, tecnología y trabajo” logró mayor trabajo y paz, aunque deshaciéndose con rapidez de la honestidad. Ni Toledo ni García aprovecharon la oportunidad —y el desafío— de consolidar la alianza entre crecimiento económico e institucionalidad republicana. Toledo no transformó la Marcha de los Cuatro Suyos y el Informe Final de la CVR para marcar un antes y un después para la nación y así construir un movimiento de reconciliación. García promovió excesiva o únicamente la economía hasta fragmentar aún más el tejido social de nuestro complejo país, debilitando así cualquier posibilidad de impulsar un movimiento de unidad. Ni PPK ni Keiko tuvieron la grandeza y humildad de reconocer el poder que tenían para juntos desplegar una pendiente transformación liberal popular. Se enfrascaron en la pelea callejera, práctica que ha quedado como herencia en nuestra vida política cotidiana.

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La emergencia de caudillos profundiza el derrumbe de los partidos políticos, que se han convertido más en instrumentos al servicio de su líder y menos en instituciones de y para ciudadanos. Están al servicio de sus intereses particulares, sus negocios, sus batallas judiciales, sus tercas visiones trasnochadas del país. Es urgente la emergencia de nuevos y renovados partidos políticos que trabajen a mediano y largo plazo por la bandera, no por la banda.

Lea mañana a: Javier Alonso de Belaunde

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