(Foto: @photo.gec)
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Son tiempos oscuros para el Perú. Polarización, vacancias y corrupción demarcan nuestra realidad política. Abismos, conflictos y desazón describen nuestra situación social. Depresión, indignación y apatía son en lo que decae nuestra alma personal. Una amplísima mayoría desaprueba nuestra clase política tanto del liderazgo gubernamental como del parlamentario. La salida es una incógnita. Y cuál sea en el corto plazo, estará lejos de constituir una solución integral a los desafíos que afrontamos como país.

Creo que hay al menos tres causas estructurales que hacen más complejo salir del abismo actual.

Uno, confianza inexistente. De los más de 50 países evaluados en el período 2000-2020, Perú lidera el ranking con la más baja confianza social en la Encuesta Mundial de Valores. No confiamos ni en desconocidos, ni en nuestros propios amigos. Es imposible construir una nación sin un mínimo de tejido social.

Dos, centralismo asfixiante. Del vasto y complejo territorio nacional, las empresas, emprendimientos, oficinas púbicas, hospitales, escuelas y comisarías de mayor calidad están concentrados en poquísimos territorios. En décadas, no hemos sabido traducir el crecimiento económico en instituciones públicas ejemplares para cada rincón del país. Es imposible construir una nación sin un mínimo de institucionalidad pública en costa, sierra y selva.

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Tres, caudillismo fugaz. Entre imperio y colonia, Perú vivió cerca de 400 años bajo un estilo de liderazgo personalista de incas y virreyes. Y en 200 años como república, el 56% de las veces fuimos gobernados por militares. Y salvo excepciones, todo el resto fueron caudillos fugaces de partidos políticos fugaces. Es imposible construir una nación con esta obsesión por los caudillos mesiánicos, quienes nos traen más ruinas que glorias.

¿Qué hacer? No hay soluciones mágicas. Pero todas deberían apuntar a restaurar la confianza, descentralizar el desarrollo y construir colectivos. Debemos crear, acelerar y articular instituciones cívicas temáticas y territoriales capaces de conectar con el ciudadano, canalizar cambios significativos a partir de juntar recursos y talentos e incidir en los asuntos públicos. Las redes empresariales, las plataformas ciudadanas, las organizaciones territoriales, las asociaciones sociales deben convertirse en nuestra prioridad nacional para organizar a la ciudadanía no alrededor de una marcha o paro, sino de un movimiento y avance pleno de nuestro desarrollo. Civismo exponencial para traer luz a estos tiempos oscuros.

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