Pocas personas han tenido que asumir un cargo de tanta responsabilidad en tiempos tan difíciles. Una crisis política descomunal, generada por ambición y mediocridad, en medio de una pandemia histórica, mal enfrentada por un gobierno como el de Vizcarra, tan oscuro y mezquino como sus opositores. Unas elecciones próximas en un país dividido que se dividiría aún más. Una sociedad polarizada y crispada, impaciente, intolerante e inclemente con todo. Gobernar no es, entonces, un ejercicio para captar aplausos, sino para navegar en medio de olas de crítica y descontento.