"Conforme se desvanecen las argumentaciones de fraude, uno de los peores candidatos de nuestra bicentenaria historia (y vaya si hemos tenido malos) será nuestro próximo presidente", sostiene Bullard. (Foto: Renzo Salazar / @photo.gec)
"Conforme se desvanecen las argumentaciones de fraude, uno de los peores candidatos de nuestra bicentenaria historia (y vaya si hemos tenido malos) será nuestro próximo presidente", sostiene Bullard. (Foto: Renzo Salazar / @photo.gec)

A solo 10 días del 28 de julio quedan claras dos cosas.

La primera: Keiko Fujimori es la peor candidata de la historia electoral universal. Enfrentó a dos candidatos de izquierda radicales de distinta intensidad (Ollanta Humala y Pedro Castillo). A pesar del temor que generaron y de su muy baja calidad política y técnica (en el caso de Castillo patética), no pudo derrotar a ninguno. Y tampoco pudo derrotar a su rival de derecha (PPK).

Salvo que se enfrente a Alberto Fujimori o a Vladimiro Montesinos, no le gana a nadie pues su “antivoto”, obtenido a puro “mérito”, con antipatía y arbitrariedad, apabulla sus propios votos.

La segunda: conforme se desvanecen las argumentaciones de fraude, uno de los peores candidatos de nuestra bicentenaria historia (y vaya si hemos tenido malos) será nuestro próximo presidente.

Su mensaje extremista y confrontacional ha llegado a capturar (a duras penas y a regañadientes) más de la mitad de los votos. Es difícil explicar cómo un sistema como el comunismo (y su primo cercano el socialismo), que ha fracasado brutalmente una y otra vez, en experiencias históricas concretas, innegables y desgarradoras (como Cuba, Venezuela o la Unión Soviética), siga captando tantas simpatías.

Este encanto de esas ideas nace del reiterado error de entender la economía como un juego de suma cero. Para el discurso comunista, si alguien se hizo rico, es porque otro se hizo pobre. Si alguien gana, es porque alguien perdió. Hay una incapacidad sustancial de entender que la economía es un juego “win win”.

El fútbol, a diferencia de la economía, es un juego de suma cero. Para que un equipo gane, el otro tiene que perder. Para meter un gol el otro equipo tiene que recibir un gol en contra.

Para un comunista hay ricos porque existen pobres. Si el balance de una empresa arroja utilidades, es porque alguien (los consumidores, los trabajadores, o alguien más) ha “arrojado pérdidas”. Si la plata no me alcanza, ello es culpa de aquellos a los que la plata sí les alcanza. Pero las economías desarrolladas demuestran precisamente lo contrario.

Los intercambios (comerciales, laborales, financieros o de cualquier otro tipo) hacen que ambos lados de la operación ganen. Pueden ganar diferente, pero ambos ganan. Si Amazon genera utilidades para sus accionistas, es porque los consumidores acuden al sistema de compra porque reciben también beneficios (mejores precios y acceso a productos). Ambos ganan y, por tanto, ambos se enriquecen en relación con la situación anterior al intercambio.

No estoy diciendo que no existan personas ricas y personas pobres. Pero en una economía sana de intercambios libres no existe una relación de causalidad entre la generación de riqueza y el crecimiento de la pobreza. Es precisamente al revés.

El programa comunista pretende forzar o distorsionar intercambios y el hacerlo destruye el efecto “win win” y lo sustituye con uno de suma cero. Al hacerlo, destruye la productividad de la economía y, con ello, la generación de riqueza, Bryan Caplan especulaba que para los humanos es más fácil entender las sumas y las restas que las multiplicaciones, y, por tanto, nos cuesta comprender que de la unión de dos números puede surgir un número sustancialmente mayor. Ese error hace atractivo un sistema que destruye la riqueza que pretende generar.

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