Es un sombrero exagerado, innecesario e inútil en una ciudad en la que ni llueve ni hace sol. Inútil usarlo bajo techo, donde el sombrero ni protege ni ayuda, y solo sirve para ocultar la cabeza cuando no la cara de su afligido portador. Un sombrero que, antes que una herramienta, es un disfraz que aleja y crea distancia y que, finalmente, trata a los peruanos, a la mayoría de ellos que está en desacuerdo con lo que pasa, como el sombrero de Juan trata a la lluvia.