"El enorme sombrero de Pedro (a diferencia del empático sombrero de Juan) no sirve para protegerse, sino para esconderse", sostiene Bullard. (Foto: Renzo Salazar / @photo.gec)
"El enorme sombrero de Pedro (a diferencia del empático sombrero de Juan) no sirve para protegerse, sino para esconderse", sostiene Bullard. (Foto: Renzo Salazar / @photo.gec)

Les recomiendo leer el pequeño cuento de la escritora argentina Ema Wolf “Bajo el sombrero de Juan”. Lo encontrarán familiar, aunque a la vez distinto, a lo que pasa en el Perú. Aquí un apretado resumen del cuento.

Nadie fabricaba sombreros como Juan. Fabricó un sombrero de ala ancha tan grande que no cabía en su casa. Le gustó y se quedó con él.

Un día estiró la mano y la sacó fuera del sombrero. Estaba lloviendo. Pero no importaba porque tenía su sombrero. Su perro se metió debajo para protegerse de la lluvia. Al perro le siguió primero una vecina y su gansa. Luego unos cazadores. Y poco a poco se fueron arrimando más hombres y mujeres del pueblo. Todos preguntaban si podían guarecerse de la lluvia. Y así se sumaron niños, gallinas, terneros, muebles y todo tipo de cachivaches.

Llegaron personajes de otros pueblos y países, a pie y a caballo. Llegó todo tipo de animales. Y así siguió y siguió hasta que... (lo dejo allí para evitar el “spoiler”).

Un sombrero enorme, un país bajo lluvia, o mejor tormenta, y una sociedad que busca refugio a los problemas. Pero el enorme sombrero de Pedro (a diferencia del empático sombrero de Juan) no sirve para protegerse, sino para esconderse.

Es un sombrero exagerado, innecesario e inútil en una ciudad en la que ni llueve ni hace sol. Inútil usarlo bajo techo, donde el sombrero ni protege ni ayuda, y solo sirve para ocultar la cabeza cuando no la cara de su afligido portador. Un sombrero que, antes que una herramienta, es un disfraz que aleja y crea distancia y que, finalmente, trata a los peruanos, a la mayoría de ellos que está en desacuerdo con lo que pasa, como el sombrero de Juan trata a la lluvia.

Bajo el sombrero no se escucha ni se explica. No importa la gravedad del temporal que arrecia. Quien lo usa no reacciona. No dice cómo se reactivará la economía. No explica por qué se nombra a personas de dudosa o inexistente reputación. No se marca distancia clara de quienes amenazaron en los ochenta y noventa (y amenazan hoy) con destruir la paz.

No importa qué tan graves sean las cosas. Bajo el sombrero no pasa nada relevante. Bajo él no hay ni ideas ni liderazgo. Solo gente y cachivaches, que se empujan para cubrirse, sin mérito ni justificación, bajo su enorme alerón.

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tiene que sacarse el sombrero. Tiene que abandonar el disfraz que usó para la elección y asumir lo que el presidente tiene que hacer: liderar. Tiene que mirar a los peruanos a los ojos y no ocultar los suyos bajo la sombra. Tiene que tomar decisiones y marcar distancia con aquellos que pretenden manipularlo. Tiene que evitar que se meta bajo el alerón cualquiera sin pasar por filtro ni tamiz. Y es que no ha sido elegido para usar un sombrero. Ha sido elegido para gobernar explicándonos qué es lo que va a hacer.

Prefiero un presidente que gobierne, así no comparta sus ideas, a uno que, escondido bajo el ala de su sombrero, haga lo que otros, sin ningún “accountability” ni rendición de cuentas, le ordenan hacer.

Y es que no vaya a ser como en otro cuento, en el que el portador del sombrero se sentó en su sillón sin sacárselo nunca. Y siguió sentado sin hacer nada hasta que un día se encontró el sombrero sobre el sillón. Y al levantar el sombrero, debajo, no quedaba nada ni nadie.

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