“Hay 4,000 empresas que generan 1.5 millones de puestos de trabajo formales y divisas por cerca de 9,000 millones de dólares, ocupando tan solo 200 mil hectáreas de las más de 8 millones de hectáreas agrícolas del Perú”.
“Hay 4,000 empresas que generan 1.5 millones de puestos de trabajo formales y divisas por cerca de 9,000 millones de dólares, ocupando tan solo 200 mil hectáreas de las más de 8 millones de hectáreas agrícolas del Perú”.

Es pertinente preguntarse qué hay detrás de la revolución agrícola de los últimos 20 años.

Hay 4,000 empresas que generan 1.5 millones de puestos de trabajo formales y divisas por cerca de 9,000 millones de dólares, ocupando tan solo 200 mil hectáreas de las más de 8 millones de hectáreas agrícolas del Perú, es decir, el 2.5% de los terrenos dedicados a la agricultura en nuestro país.

Hay miles de proveedores de insumos agrícolas, maquinaria, herramientas, talleres de vehículos y de metalmecánica, materiales de embalaje, equipos de refrigeración, transportistas de personal y de carga, alimentación, entre otros que dan lugar a un ecosistema que emplea a más de 2 millones de peruanos.

Hay también un encadenamiento productivo con la pequeña agricultura, que quiso (y pudo) incorporarse ‘al tren de la agroexportación’, sabiendo que debía arriesgar su capital y adecuar sus prácticas agrícolas a estándares más rigurosos. Las empresas agroindustriales son la locomotora de ese tren, como en el caso de la palta, cuyos frutos provienen principalmente de las irrigaciones costeras, pero su mayor crecimiento se da hoy a través de pequeños productores en regiones como Ayacucho, Huancavelica, la sierra de La libertad, Áncash y Cajamarca; y con enorme potencial en Amazonas y San Martín.

Indudablemente, lo que gatilló esta revolución silenciosa fue la disponibilidad de terrenos agrícolas en las irrigaciones en los desiertos costeros, con títulos de propiedad ciertos y provistos de licencias de uso de agua. Sin embargo, el gran catalizador fue la Ley de Promoción Agraria, que permite la contratación de personal por temporadas sin la rigidez de nuestra decimonónica legislación laboral, que, por cierto, impide la creación del empleo formal.

Así como en la costa se requiere retomar con convicción los proyectos de irrigación como Majes Siguas II y Chavimochic III, para potenciar el desarrollo de la sierra y selva peruanas se requiere titulación de tierras e inversión en vías de comunicación que acerquen esas regiones a los mercados. Los privados invertirán en las nuevas áreas agrícolas potenciadas por esa infraestructura y en plantas empacadoras con tecnología de punta para procesar la fruta que ahí se produce. Nuevamente, un círculo virtuoso que beneficiará a los peruanos de las zonas más alejadas del país.

Ahí tenemos un plan de inversión y de desarrollo rural. Falta orden y voluntad política. Ojalá el presidente lea esta columna.

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