(Foto: MEF)
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A finales de los años 80, José empezaba su negocio unipersonal y comenzaba el día a las 5:00 a.m. con entusiasmo y pasión, pero sin saber si al final del día mantendría su negocio. Y es que por esos años la inflación podía hacer desaparecer su pequeño capital en un solo día. Poco a poco, José fue consolidando su negocio y tuvo que contratar personal que lo ayude a vender, a hacer la contabilidad y a lidiar con la burocracia. Treinta años después, José emplea a más de 100 personas, a quienes considera su familia extendida.

El camino de José ha sido duro y es que hacer empresa en el Perú es como cruzar un campo minado: inseguridad jurídica y física, registros de propiedad inciertos, competencia informal, desincentivos a la formalidad, invasiones a la propiedad, legislación laboral rígida y, para coronar, un Estado tremendamente corrupto e impredecible. Corrupto en administrar permisos, ejecutar obras y administrar justicia.

El negocio de José creció con la ayuda de familiares, vecinos y amigos, y sigue levantándose a las 5:00 a.m. porque tiene nuevos retos y obligaciones. Muchas personas dependen de él: trabajadores y sus familias, proveedores, clientes y sus accionistas, a quienes convenció de que lo apoyaran económicamente cuando estuvo a punto de quebrar al embargar sus cuentas la Sunat por una acotación tributaria que terminó por ganar en el Poder Judicial siete años después. José se indigna al ver la corrupción en todos los niveles de gobierno al tramitar licencias, en el Poder Judicial cuando le ofrecían una “solución rápida a su problema a cambio de un pago”, pero más le indigna cuando otros le reclaman que los empresarios son los culpables de todos los males y que el sistema no funciona. José sabe que lo que no funciona es el Estado.

No hay actividad más noble que la de generar riqueza. Riqueza que se comparte con la sociedad y especialmente con los agentes que participan en la creación de valor: talento (trabajadores) y capital. También se comparte con el Estado, quién recibe los impuestos para redistribuirlos en la sociedad, para mejorar las condiciones sociales. Sin embargo, el Estado se dedicó a usar los impuestos de José para construir refinerías que no refinan, carreteras sin tránsito, hospitales que no sanan y escuelas que no educan. Eso sí, todos ellos tienen en común el estar sobrevalorados y con generosas coimas para funcionarios (incluyendo presidentes de la República).

Me pregunto: ¿qué culpa tiene José?

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