(Foto: GEC)
(Foto: GEC)

No celebro nunca la salida de otro medio de un coleguita, pero la verdad es que la colombiana Clara Elvira Ospina ha sido uno de los personajes más tóxicos. Siempre en pared con Mohme, ejerció un increíble poder absoluto en nuestra televisión (el hecho de que su esposo haya sido destacado a la embajada colombiana en Lima parece demostrarlo). Se dedicó a machacar –obsesiva e incesantemente– solamente a un sector político nacional, amplificando al máximo cualquier cosita que pudiera dañarle. Peor aún, luego cayó en el oficialismo más desvergonzado, entregándose incondicionalmente a Vizcarra (y ahora Canal N andaba entusiasmadísimo con Castillo). Argollerísima, montó adentro un aparato incondicional, siendo Mávila Huertas su más visible y patética expresión.

Gran parte de la actual polarización y del naufragio del sistema político se debe a ella. Siempre he creído que el inicio de la desestabilización de los últimos años nace con  esa gravísima denuncia sin sustento que Cuarto Poder sacó en vísperas de las elecciones del 2016. Allí se acusó a una candidata de entregar US$ 15 millones a un financista muy sospechoso para que este se los “lave” con grifos, pero sin presentar ninguna prueba, más que los dichos de un locuaz periodista colombiano y una confusa escena afuera de la DEA. ¡Eso alteró esas elecciones! Y la cosa quedó allí. Hubo una confrontación interna; Federico Salazar y De Althaus fueron los más críticos contra Ospina, siendo Sol Carreño la más incondicional. Eso le costó la cabeza a De Althaus.

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Hoy su llorosa caviarada, la que pide que cierren Willax, olvida que Ospina despidió a varios periodistas (Althaus, Leiva, Ronald Velarde, Thorndike, Garrido Lecca y hasta a su defensora Carreño). Clara Elvira se irá ahora bien indemnizada, lejos de Castillo y con mucho tiempo para leer. Como tanto extranjero medianito en su país, hizo la América en Perú.

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