[OPINIÓN] Aldo Mariátegui: “Mitómanos extremos: Toledo, Castillo y Vizcarra”
[OPINIÓN] Aldo Mariátegui: “Mitómanos extremos: Toledo, Castillo y Vizcarra”

El trío Toledo, Castillo y Vizcarra es un síntoma de que algo muy malo pasa en el Perú para que seres tan obviamente mentirosos al extremo y tan sinvergüenzas siderales como estos hayan llegado al poder y que incluso dos de ellos –Castillo y Vizcarra– gocen aún de cierta popularidad. No digo que García 2 (aquel del primer gobierno es simplemente inexcusable, pero Alan 1 es un caso aparte para analizar aquí), Fujimori o PPK hayan sido representantes de la veracidad y la integridad, pero estos tres son casi unas caricaturas maximizadas de lo que es ser cínico, caradura, mendaz y conchudo. Uno llega a pensar de que se trata ya de casos patológicos, de gente que sufre alguna enfermedad mental tan severa que incluso se llegan a creer sus propias mentiras y así de verdad se sienten tanto unos predestinados especiales (¿se acuerdan de cómo el huachafo de Vizcarra usaba el mayestático “nosotros” para referirse a su persona y Toledo se refería a sí mismo como el “error estadístico”?) y como unas víctimas del resto.

Y usaban la carta racial sin ruborizarse: Toledo era el “indio de Cabana” pelucón, con su vincha, mientras que Castillo era el humilde profesor indígena chotano del sombrero eterno (y fueron celebrados como tales personajes por nuestros estúpidos intelectualoides caviares, que compararon inicialmente a Toledo con Benito Juárez o saludaron al a todas luces poca cosa de Castillo como casi un Túpac Amaru III… ¿Se acuerdan del entusiasmo idiota del telenovelero Eduardo Adrianzén con la imagen de Castillo a caballo?), aunque hay que reconocer que Toledo no es nada acomplejado, como sí lo es Castillo (bueno, el hijo de Cabana es intelectualmente muy superior al hijo de Chota).

Pero lo más triste de todo es que probablemente el 80% o más de peruanos se identifiquen con la manera de ser de estos tres personajes y que hubieran actuado de manera muy similar a ellos de haber gozado de la sensualidad del poder. Nuestra desgracia es que la pendejada es nuestro valor máximo.