(Foto: Francisco Neyra/GEC)
(Foto: Francisco Neyra/GEC)

Esta semana ha sido una de las más desoladoras en mucho tiempo, incluso dentro de los estándares de dolor e incertidumbre a los que nos hemos acostumbrado en esta época de pandemia y crisis permanente.

El asesinato cobarde de 16 compatriotas en la localidad de Vizcatán del Ene, en el Vraem, es uno de los peores ataques terroristas que ha sufrido el Perú desde el regreso a la democracia. Nos ha recordado, una vez más, que hay graves problemas que el país arrastra a pesar de los años. Que, a solo cientos de kilómetros de Lima, hay localidades tomadas por el narcotráfico y la violencia.

Pero casi tan frustrante como el hecho mismo ha sido la forma en que el tema viene siendo manejado. El terrorismo debe ser condenado por todos. El rechazo a este debería ser un punto de encuentro de todos los espacios políticos y sociales, especialmente en medio de una campaña electoral. Los dos candidatos deberían haber mostrado unión en algo tan básico y, juntos, haber pedido responsabilidad, una investigación profunda y justicia por las víctimas.

Sin embargo, lo que hemos visto es aún mayor división. Uso político de los hechos, relativización, manejo irresponsable de la información, imágenes filtradas, terruqueo y hasta difusión de teorías alternativas sin tener pruebas que las fundamenten.

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Esta elección para muchos ha tomado la forma de una cruzada. Sin embargo, la polarización extrema no logra nada, excepto impedir tener debates alturados para encontrar soluciones a problemas reales. Además, volverá casi imposible lograr consensos en la aplicación de esas soluciones, cuando se instalen el nuevo gobierno y Congreso.

Este es uno de los puntos básicos en los que las fuerzas políticas deberían partir del consenso por el bien del Perú, pero no el único. También hay otros temas fundamentales como el respeto a los resultados electorales. Desconocer elecciones desfavorables o poner en duda el sistema electoral, solo como estrategia política o mediática, es el acto más autoritario que puede tener un candidato. Y una terrible antesala a cómo será su actuación una vez que tenga poder.

Y el respeto por el sistema democrático y por los electores también conlleva a tener propuestas claras y una visión de país. Es inaceptable que, a una semana de la elección, tengamos candidatos buscando un equipo técnico o propuestas que peguen con el elector. La competencia clientelista del ‘quién ofrece más’ degrada el nivel del debate. Además, crea falsas expectativas que luego generarán mayor descontento y crisis política.

También, hay que mencionar la libertad de prensa y la pluralidad de voces en los medios de comunicación. En el Perú existe libertad de expresión y de empresa, son parte de la base de nuestra democracia. Sin embargo, la uniformidad de miradas y la transformación de ciertos medios en herramientas políticas en favor o en contra de una candidatura no son simples asuntos empresariales privados. Es algo que debería preocuparnos a todos los ciudadanos.

Y del mismo modo, las campañas de fake news que todos los días inundan las redes, e incluso más de un medio. La difamación, el terruqueo, la manipulación, no pueden ser algo cotidiano si queremos construir una política más seria.

Entendamos que la democracia no es solo un sistema de gobierno, no son los cargos políticos o el acto de votar. Es un compromiso colectivo con una escala de valores. Hoy, más que nunca, necesitamos reafirmarlo.

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