Nicolás Maduro, presidente de Venezuela. (Foto: Reuters)
Nicolás Maduro, presidente de Venezuela. (Foto: Reuters)

La izquierda peruana se ha convertido en una corriente que, cada vez que puede, le recuerda su oscuro pasado al fujimorismo: el autogolpe, la elección de fiscales a dedo, la corrupción desbordante del régimen y la re-reelección inconstitucional de Fujimori. Aquello es magnífico, puesto que los peruanos no debemos olvidar nunca la podredumbre que generó el ‘Chino’ en nuestras instituciones. Sin embargo, parece que la moral de la izquierda es selectiva debido a que Maduro ha hecho exactamente lo mismo que Fujimori, pero la izquierda, en vez de marchar y condenar los crímenes de Maduro, emite comunicados victimizando a la dictadura chavista y culpando al “gran capital” por la desgracia del país llanero, como lo hizo el congresista del Frente Amplio Rogelio Tucto.

En el Perú hay izquierdistas que son considerados una amenaza para las instituciones, los derechos humanos y la democracia por apoyar públicamente a Maduro, y en efecto lo son. Sin embargo, peor amenaza son los que ocultan cobardemente sus ideas y su apoyo a Maduro por ambiciones electorales. Aquellos son los que prometen un nuevo Perú, una nueva Constitución, pero defienden las mismas recetas viejas que han arruinado a decenas de países y causado la muerte de millones de personas en todo el mundo. A ellos son los que hay que temer, porque su discurso de honestidad y democracia oculta un silencio cómplice con la dictadura de Maduro que asesina estudiantes y es considerada una de las más corruptas del mundo.

Un dictador, sea de derecha o de izquierda, debe ser tratado como tal, y aquellos que lo defiendan o, luego de haberlo defendido, guarden un silencio cómplice, deberán ser vistos como un peligro para la democracia y la libertad, y ser recordados por la historia como cómplices de una tiranía.

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