(Geraldo Caso)
(Geraldo Caso)

Santiago Pedraglio

spedraglio@pucp.pe

Hace muchos años, cuando Daniel Estrada ya era congresista por el Cusco (1995-2003) –antes había sido un exitoso alcalde reelecto de su ciudad–, comentaba lo difícil que le resultaba a un dirigente regional ganar espacio político y ser reconocido por la élite limeña como un dirigente de talla nacional.

¿Cuánto ha cambiado aquella situación? Difícil precisarlo; sin embargo, hoy el Perú tiene un presidente y un premier que han desarrollado una parte sustantiva de su vida política fuera de la capital del país: uno en Moquegua y otro en San Martín.

Aunque el presidente Martín Vizcarra haya nacido en Lima, ambos tienen como marca de origen el sello “dirigente regional”.

El tránsito no es fácil. Del enorme esfuerzo que esto significa tuvo pruebas César Villanueva cuando se vio obligado a renunciar al premierato durante el gobierno de Ollanta Humala, por haber discrepado con la entonces primera dama sobre el posible aumento del salario mínimo, contingencia satanizada por el decálogo neoliberal; cuatro meses duró en el cargo.

Si el actual presidente, Martín Vizcarra, debió soportar algún trato incómodo o maltrato durante el gobierno de PPK, no se tiene conocimiento, pero su refugio como embajador en Canadá deja más de una interrogante.

En todo caso, ahora los dos dirigentes regionales tienen que pasar por el desafío de consolidarse como principales autoridades nacionales del Ejecutivo. Si bien les toca terminar de conocer y manejar las redes de intereses que se acumulan en torno al poder en Lima –y no dejar que estas los manejen, tarea nada fácil, por cierto–, traen el plus de no tener que esforzarse ni disfrazarse para tomar contacto y hablar claro con los muy diversos estratos que conforman el país.

La reconstrucción del norte es un desafío concreto para demostrar que se está ante un nuevo tipo de autoridad.