Foto: Cesar Campos / @photo.gec
Foto: Cesar Campos / @photo.gec

A pesar de que los peruanos hemos estado acostumbrados a tolerar el “roba pero hace obra”, relajando y normalizando de alguna forma nuestros umbrales morales que nos dicen qué es y qué no es correcto, luego del Vacunagate se ha desatado un tipo de resignación colectiva que resulta altamente peligrosa.

Honoré de Balzac decía que “la resignación es algo así como un suicidio cotidiano”, y claro que lo es. Un ciudadano resignado se rinde ante la capacidad de cambio ante lo injusto, ante la mentira o incluso ante una realidad que le dice que no obtendrá oxígeno si lo necesita. Ser testigos de una ministra asegurando ser la capitana del barco cuando más coincidencias tenía con los roedores que cohabitan en los almacenes de los buques; procesar que German Málaga nos hable de cheeseburgers y chifa para justificar una vacunación sórdida, genera alta resignación colectiva.

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En medio de tamaña confusión, la vocería gubernamental nos marea con fechas, discursos y mensajes contradictorios. Vacunas que no llegan, una segunda “Lista Vip” que luego desconocen; negociaciones entre privados y distribuidores de vacunas que aseguran no existen cuando ellos mismos saben que sí. Frente a ello, ya pocos gastan su tiempo en pedir coherencia, y si lo hacen, las falacias ad hominem caen por toneladas.

Estamos en una situación de emergencia como colectivo social, expuestos a personajes que con frases como “Qué político no ha mentido, el que no lo haya hecho que tire la primera piedra”, buscan anestesiar a una opinión pública desorientada, legitimando la impunidad.

Lo que es peor, aquellos ciegos por ideologías y odios políticos, esos que decían defender al país en el 2020, están no habidos o siguen tratando de justificar a los que nos siguen mintiendo. Si, los mal llamados “dignos”, esos que decían ser Jedis y terminaron siendo esbirros de los Siths. A estar atentos y más resilientes que nunca.

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