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Hoy en día, muchos de los productos que compramos vienen con instrucciones en varios idiomas e incluso con el gráfico correspondiente. A los fabricantes, especialmente cuando se trata de productos de calidad, les interesa que esa calidad se mantenga y, especialmente, que sea percibida por el cliente.

Ya anunciadas algunas de las medidas que deberán reforzar el desarrollo económico y acelerar los procesos de inversión, no se duda de su calidad. Pero es importante asegurar que esta calidad será también percibida por el cliente, en este caso, el inversionista. Y, como ya lo mencionamos, para eso están las instrucciones.

En este caso, el "armado" o la aplicación no está a cargo del cliente final, sino de los funcionarios en distintos sectores. ¿Qué pasa si estos no tienen el manual de instrucciones o si, como me pasa a mí con el televisor, no lo entienden?

Seamos realistas: cuando a un funcionario le dicen que tiene que dar su aprobación para algo. ¿Cuál es la probabilidad de que no haga observaciones? Las hará, así sea para demostrar su propia importancia en la cadena de aprobaciones o para probar que ha leído.

Si la aprobación de una dependencia es necesaria, debe especificarse cuáles son los únicos aspectos sobre los que puede pronunciarse y erradicar la idea de que es obligación del funcionario pedir cambios porque se presupone que todo lo que le llega al escritorio "tiene" que tener algún problema. Y hay que decirle claramente que no tener observaciones no es delito ni supone sometimiento ni corrupción, aunque el proyecto venga del sector privado. Se supone que la elaboración de un plan o expediente estuvo a cargo de expertos (ya que fuera de su oficina también los hay).

Finalmente, frente al privado, el Estado debe tener una sola cara y una opinión consensuada. Lo otro es trastorno de identidad disociativo.