A fin de año estará listo el modelo para evaluar aumento del sueldo mínimo. (Foto: USI)
A fin de año estará listo el modelo para evaluar aumento del sueldo mínimo. (Foto: USI)

En Antigua vida mía, uno de los personajes de Marcela Serrano relata que, luego de regatear la compra de una artesanía, le dio al vendedor los “escuálidos billetes” del precio que ella quería, y este le dijo: “Se lo vendo nomás porque tengo hambre”. Nunca más.

Reconozcamos: la mayoría de veces, el regateo es más un vicio que el deseo de llegar a un precio justo; la costumbre de no reconocer el valor de lo que nos ofrecen, solo porque el poder es de quien tiene el dinero. La ley de oferta y demanda, maldición, funciona.

Lo mismo ocurre cuando muchos desean trabajar, pero hay pocos empleos. Y cuando tardamos 20 minutos parando el tráfico, mientras negociamos con el taxista por S/8 en lugar de S/10 y transamos en S/9.

En un centro deportivo, donde los muchachos que riegan, mantienen las canchas y recogen por una hora las pelotas de tenis, la “remuneración” como propina sugerida es S/7 (que muchos pagan a regañadientes). No hay CTS ni vacaciones. El día que no trabajan no cobran. Pese a estar en contacto todos los días, a pocos se les ocurre pagar al menos S/10. Mientras esos S/3 de diferencia para uno equivalen a lo que se deja en la mesa del café, para otro es el costo del transporte del día o la mitad de su almuerzo.

Este verano, serán muchos los que recorrerán kilómetros de playa, ofreciendo vestidos y pareos, helados y maní. Antes de caer en la tentación del regateo, evaluemos esas diferencias, y pensemos en que tenemos el poder de ayudar, reconociendo el esfuerzo y no con una limosna.

Y al Ministerio de Economía no le costaría mucho pedir que la retención del 30% que aplica a algunos trabajadores no se haga cuando ganan sueldo mínimo. Que S/930 es poco y es muy mezquino que el Estado les quite, encima, la tercera parte. “Nomás porque tienen hambre”.

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