(Foto: GEC)
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Profesionales competentes y honestos que no aceptan cargos públicos por temor a las persecuciones; funcionarios que ni firman ni toman decisiones; proyectos de irrigación, transporte y salud paralizados por una agenda antidesarrollo o por falta de agallas. Y a la población tampoco le va mejor, mientras los tres poderes del Estado, las tres instancias que debieran estar impulsando el desarrollo, dan un triste espectáculo, no solo se pierden los empleos e ingresos de hoy, sino que se compromete también el futuro. Y cuando a la falta de infraestructura se agrega la falta de inversión en capital humano, el abandono de los niños a la anemia, tenemos la fórmula perfecta para empobrecer a uno de los países más bendecidos con recursos naturales.

No hay nada que justifique que en el Perú tengamos regiones donde más de la mitad de los niños tiene anemia: ya se sabe que las intervenciones más importantes se deben dar durante el embarazo de la madre y al cuarto mes de vida del niño, que es cuando la anemia se dispara y justo coincide con el periodo más importante en el desarrollo físico y neuronal. Se sabe que las infecciones evitan la absorción del sulfato ferroso (que además sabe a clavo oxidado) y que el hierro hemínico es mucho mejor. Se conoce la importancia de dejar pasar unos minutos antes de cortar el cordón umbilical después del parto y de evitar el humo dentro del hogar. Nuestro mercado está suficientemente desarrollado como para poder llevar alimentos de calidad o suplementos adonde no los haya. Por si fuera poco, hay recursos que se gastan. El problema es que se gastan mal: hay intervenciones esporádicas y desordenadas; nadie piensa en supervisión, seguimiento ni mediciones. Y lo que no se mide, no existe.

El Estado no ha tenido la voluntad o la capacidad; a los privados no les ha interesado; la población afectada no tiene los recursos.

Hoy, que todo parece dividirnos, podríamos encontrar una primera batalla para pelear del mismo lado.

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