(REUTERS / Kim Kyung-Hoon).
(REUTERS / Kim Kyung-Hoon).

Momentos como este hacen que uno se pregunte cómo personas con niños deciden no vacunarlos contra enfermedades cuya erradicación, total o no, ha dependido del uso de las vacunas. Sin importar cuán avanzada esté la ciencia, siempre aparece algo capaz de ponernos en jaque, arrinconarnos y hacernos sentir que nunca terminamos de vencer a esos enemigos silenciosos que cada cierto tiempo aparecen y nos hacen reaccionar rezando o recurriendo a la ciencia, luego de algunas o muchas pérdidas.

La peste negra, causada por pulgas de roedores, mató a millones en la Edad Media, y fue detenida con medidas sanitarias muy estrictas. Ha reaparecido eventualmente y se trata con antibióticos. A diferencia de esta, la viruela, más efectiva en eliminar poblaciones indígenas que cualquier ejército, fue derrotada y erradicada gracias a la vacunación. La historia del término “vacuna”, está diestra y emocionalmente contada por Javier Moro en A Flor de Piel, que muestra descarnadamente que el bienestar de muchos depende varias veces del sacrificio de otros.

Desde hace años, las reuniones del Asía-Pacífico trataban estrategias para enfrentar pandemias, como el H1N1, el SARS y, epidemias como el coronavirus COVID-19; nunca una reacción tan violenta como la actual, no relacionada solo con la transmisión humana, sino con la dependencia que tiene la producción de cualquier producto de la provisión de bienes chinos, incluyendo medicamentos para tratar la enfermedad.

Esto también es globalización. Un virus ya no solo afecta la salud de una población, sino que compromete el crecimiento económico global. Si la vacuna se descubriera, ¿la pondría a sus hijos?

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