Dos jóvenes fallecieron a consecuencia del accidente ocurrido en la avenida Javier Prado. (GEC)
Dos jóvenes fallecieron a consecuencia del accidente ocurrido en la avenida Javier Prado. (GEC)

Cuatro familias han sido destrozadas: las de las tres víctimas y también la de la conductora que causó el accidente porque su vida no volverá a ser igual; lleva sobre sí el peso de dos jóvenes muertos y de familias destruidas.

Hace años, un joven, el primer universitario de una familia de la selva, murió atropellado en Año Nuevo por un conductor ebrio. La abuela, empleada doméstica por 30 años, volvió a la selva, donde está muriendo desde ese día, y la madre solo busca que quien lo mató no siga viviendo como si no hubiera pasado nada. Esto no ocurrió en San Isidro, sino en una calle poco interesante para los medios. Y aunque hay videos, el chofer ebrio tiene contactos.

Los cientos de muertos en carreteras y calles desconocidas son solo una nota en el noticiero. ¿Qué hay de las víctimas diarias de choferes de combi? ¿Qué pasó con los niños del bus sin licencia, cuyo chofer perdió el control? ¿Qué se hace por evitar que los accidentes se repitan? Nada, porque son demasiados. Como el perro que en el parque Kennedy ignora a los gatos porque no se atreve a enfrentar a todos, así actúan nuestras autoridades. Valientes contra uno, ciegas contra demasiados. Debemos cambiar el balance de fuerzas y ser más buenos que malos. No basta Serenazgo ni Policía, se requiere ciudadanos conscientes de que ese muchacho en la vereda o que cruza la calle puede ser su hijo, y que así cumplan y exijan que se