(Getty)
(Getty)

Nos enseñaron la teoría de decisiones. Es una herramienta usada por los tecnócratas que permite elegir entre varias opciones para determinar y ejecutar políticas públicas.

Y por otro lado, tenemos la teoría de juegos, que se usa comúnmente cuando existe incertidumbre y los actores desconfían de lo que podría ocurrir. Quizá vieron Una mente brillante con Russell Crowe actuando como John Nash, quien fue Premio Nobel de Economía en 1994, otorgado por sus aportes al tema. El Gobierno debería usar la teoría de juegos para definir su estrategia.

Tampoco soy un especialista, pero es sabido que la sociedad solo puede ganar cuando todos los actores que la conforman cooperan (o gana menos cuando al menos uno de los agentes lo hace).

Es obvio que la Sra. K, San Alan, Vladi, Luna, Acuña, Oviedo, Huancaruna y otros no cooperarán si se quiere tolerancia cero con la corrupción y el lavado. ¿Está preparado el Gobierno para conseguir avances en medio de una guerra? No, para nada.

¿Para qué la empieza entonces? La propuesta populista de no reelección de los congresistas los alienó, como era de esperar. ¿Vale la pena pelear esa batalla? No. La amenaza de ir al referéndum si no revisan proyectos mal hechos –uno se refiere a dos cámaras y otro a una, por ejemplo–, no es creíble. Nadie está recolectando firmas.

Se hace una amenaza creíble para negociar, en uno de los juegos famosos de la teoría. ¿Cuál es la agenda de reformas? ¿Esos proyectos mal hechos? ¿Eso es? Sobran algunos y faltan otros, hasta en otras áreas.

Se necesita un primer ministro con experiencia política, claridad reflejada en una agenda realista y no matoncitos de recreo del cole.