(USI)
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La desorganización, la falta de catastros municipales actualizados (eso de no saber que Lima crece hacia arriba, otra barbaridad), la pésima logística, la falta de protocolos de seguridad puestos en evidencia en una horrorosa violación a una censista, sin contar las agresiones y acosos registrados a jóvenes voluntarias, se llevaron de encuentro ‘sin querer queriendo’ al jefe no nombrado del INEI que resultó ser solo encargado en funciones.

Aníbal Sánchez seguía intentando dar explicaciones cuando un “tuitazo” de Mercedes Aráoz lo expectoró del cargo antes de que concluyera su conferencia. Cosas que pasan en nuestro país. Pero el titular de esta columna va más allá de la denuncia coyuntural y trata de explicar el fondo de la indignación de muchos peruanos. Este censo les hizo sentirse, una vez más, excluidos. No ser parte, siquiera, de un número estadístico. Percibir como indiferentes a aquellas autoridades que los dejaron esperando todo el día en sus casas y que nunca llegaron. Eso es lo nuestro, compatriotas, no están dispuestos a aceptar, en la era de los smartphones y redes sociales, que hoy tienen herramientas que los empoderan. Te están diciendo MÍRAME, SOY REALIDAD. Incluso los niños estaban entusiasmados, esperando a que aquel joven o jovencita les pregunte, como seres humanos, cuántos eran, si tenían casa propia o alquilada, si tenían refrigerador, carro, moto, peque peque o yate, si se sentían quechua, aimara, negro, blanco, mestizo, si profesaban o no alguna religión, etc.

El asunto era ser parte de esta sociedad y lo más importante aparecer visibilizado después, en alguna mayoría o minoría. Los olvidados volvieron a sentir esa indiferencia que hiere a muchos peruanos diariamente.
Sentir que a nadie le importas es peor que los terribles problemas que tenemos como sociedad. Y después se preguntan por qué los peruanos no creen en las autoridades y en los políticos, y están tan fracturados. ¡Ya pues!