Martín Vizcarra se retira del Congreso luego de pronunciar su mensaje a la Nación.
Martín Vizcarra se retira del Congreso luego de pronunciar su mensaje a la Nación.

Si la realidad del Perú se definiera en las redes sociales, el título de esta modesta columna alcanzaría y hasta sobraría. Pero no es así. En medio de los sobrenombres, en portugués, para los coimeados por Odebrecht, y la frase célebre (“guaripoleras de Vizcarra”) lanzada al estrellato por Beto Ortiz, nuestro país está fracturado, horizontal y verticalmente, y una clasificación dicotómica no establece nada; solo da titulares, llamativos, claro.

Divisiones entre los políticos y la población, entre el Gobierno y el Congreso, entre los periodistas, entre los empresarios, entre los limeños y los provincianos, entre los “blanquitos pitucos” y los que alcanzan para “llenar cuotas” y convertirse en coartadas de la discriminación, entre los (y las) machistas que se niegan a que algo cambie (en el nombre de la tradición y de un dios ‘castigador’), por el miedo y la amenaza de un infierno eterno, son parte de nuestra realidad social.

En nombre de la moral nacional, la lucha contra los corruptos (cuántos pasaron de acusadores a acusados y viceversa), cuántos episodios de linchamientos se han sucedido en los últimos lustros, para no ir más lejos en nuestra historia.

En lo que menos se está pensando, pues la crispación ciega a tirios y troyanos, es en conceptos tan aburridos como institucionalidad, democracia, desarrollo, previsibilidad. ¡Eso no vende! No creo que la situación aguante un retroceso en el adelanto de elecciones planteado por el presidente Vizcarra (el botón de autodestrucción ha sido apretado, como dice Martín Riepl, en su libro Vizcarra, una historia de traición y lealtad). Lo que me llena de incertidumbre es lo que viene después, sin haber abordado el cimiento de nuestras debilidades. Un oyente de RPP me dijo con el pragmatismo que siempre caló entre los ciudadanos de a pie: “Si viene algo peor en 2020, lo cambiaremos de nuevo”, y se preguntó “¿cuál es el problema?”. Y precisamente la alarma está en la mirada inmediatista que oscurece el futuro. Resuélveme el problema hoy, y el de mañana, “ya veremos”.

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