"No me levanto pensando en cómo joder a México", declaró el Presidente Enrique Peña Nieto. (EFE)
"No me levanto pensando en cómo joder a México", declaró el Presidente Enrique Peña Nieto. (EFE)

Para la alta política, el engaño es rutinario, un recurso, a veces, más escabroso, otras menos. Su arte consiste en convertir una idea falsa en verdadera, o bien, en borrar los rastros de alguna verdad.

El mecanismo es simple, es el de la prestidigitación: crear distracciones o ilusiones para hacer creíble el engaño. Primero se fabrica una noticia. Para hacerla creíble, debe ser impactante o sensitiva, luego, emitirse por varios medios y, finalmente, estar proclamada por voceros validados. Esta fórmula básica deberá adobarse con el talento (el cinismo) del que engaña. No mirar a la política con este ingrediente fundamental nos hace opinar deseos ingenuos, en lugar de leer la realidad de este oficio y sospechar sus tretas.

Recientemente, el canciller mexicano casi duplicó de 30 a 56 millones de dólares un crédito a Cuba “con la esperanza de que ayude a resolver la situación venezolana” (Reuters). El canciller de Peña Nieto sabe que Cuba nunca devuelve los créditos y que, más bien, da señales de colonizar Venezuela, no de resolver su crisis. Ya no es un secreto que el socialismo del siglo XXI (Evo Morales, A. M. López Obrador, Ollanta Humala, Lula y otros), las FARC, Sendero Luminoso y el negocio de la cocaína se coordina y/o depende de La Habana. Entonces, ¿para qué se le dio tanta plata si las razones humanitarias esgrimidas son infantiles, un engaño? ¿No será que —vía La Habana— Peña Nieto compra impunidad a futuro financiando la campaña ascendente de López Obrador? No es un ardid inusual en este oficio. Y si connotados priistas migran hacia MORENA (el partido de López), podríamos sospechar que este “crédito” selló un pacto electoral. En general, es bueno confiar, pero en política mejor es desconfiar.

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