El discurso de Trump en Naciones Unidas no fue del todo desacertado. Todos pichulean al megaimperio y, hasta sus aliados, esperan que la reacción sea la de un monstruo bobo y condescendiente, y solo excepcionalmente violento. Trump, un loco, se rebela con primitivo acierto contra este rol tácito y verbaliza su ira. Pero lo hace con absoluto desatino pues acusa a los peones –Cuba, Venezuela, Irán y Corea del Norte– y no a sus mandantes: China y Rusia. Peor aún, amenaza con asfixiar económicamente a una Corea del Norte ya económicamente asfixiada. El dogma de la economía como la panacea y sin ver lo obvio: un matamoscas no acaba con un elefante ni un fusil con un mosquito. Cada arma tiene su propósito.
Cuba, Irán y Venezuela han sido inmunes al estrangulamiento económico. Los comunistas, fascistas y estas formas mutantes de despotismo plebeyo (como el radicalismo islámico) prefieren devastar a sus pueblos, pero no ceder. En el siglo XX, entre comunistas y fascistas, se llevaron 200 millones de seres humanos para enaltecer la psicopatía de sus líderes: Stalin, Hitler, Mao Zedong, Pol Pot, Kim Il Sung, Castro y otros. En el “Periodo Especial” (1990-1993), el PIB cubano cayó un 40% y los Castro se quedaron en el poder a pesar de todo. El PIB venezolano ha caído aún más en los últimos dos años y tampoco ha cambiado. Si la fanfarronada de Trump va a canalizarse por la asfixia económica, en lugar de dañar a Corea del Norte y al grupo de peones hostigadores, los ayudará a someter aún más a sus pueblos con la coartada de estar siendo atacados por el imperialismo. A esta altura de la infiltración de occidente, la solución ya no es la economía. Llegó la hora de los coñazos. A ver si el fanfarrón es hombre de acción.