Group of children playing a football on nature river at thailand
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Conforme pasan los años, los llamados adultos mayores tenemos la sensación de que los días transcurren más rápido. Basta recordar los días de la niñez. Sin embargo, este sentir aumenta en las personas que han vivido en pueblos al interior del país, antes de migrar a Lima o a las grandes ciudades de la costa. Es que estaban acostumbrados al buen vivir. Por eso es bueno pasar las vacaciones en un pequeño pueblo y ganar nuevos amigos.

Pero creo que hay otra necesidad más sociológica. La niñez empuja a comunicarse con los de parecida edad, para jugar o compartir secretos de toda índole. La amistad en la niñez rompe diferencias y tabús. Los niños necesitan estar juntos para gozar de la vida. También, ya de jóvenes, necesitan el barrio. Ahora, con la “modernidad”, campea la soledad del individuo. La gente sube y baja en los ascensores sin mirarse a la cara y con un saludo gruñón. Ni saben cómo se llaman.

Todos están de acuerdo en que “antes”, los que vivían en provincias, tenían una vida más calmada y mayor el tiempo dedicado a la conversación o paseo en la plaza de armas con sus vecinos. O ir al café más conocido, sabiendo que ahí se encontrarían sus amigos, incluyendo el dueño. Las fiestas y pachamancas estaban a la orden del día, ya sea por el cumpleaños de un conocido o su esposa, el festejo de un bautizo o el ingreso de una hija a la universidad. Los hijos de los amigos nos consideraban sus tíos.

La ansiedad y el estrés no se conocían. La vida en común, permanente y bien entendida, era –y es– una necesidad. Todavía no se había impuesto la rigidez de “salir” los sábados como gratificación al cansancio y aburrimiento de toda la semana. La Navidad era celebrada de manera austera, y los regalos se daban solo a los niños. Pero todos iban a la misa de gallo.

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