Desigualdad y pobreza. (Foto: Getty Images)
Desigualdad y pobreza. (Foto: Getty Images)

La mayoría de analistas de la convulsión social en Chile consideran que es la desigualdad más que la pobreza lo que gatilló las protestas “contra el actual estado de cosas”, incluidos el sistema económico y el socio-político. Afirman también que fueron los jóvenes, trabajadores y estudiantes, provenientes de hogares salidos de la pobreza y considerados ya como parte de la nueva clase media, sus principales protagonistas.

En nuestro país no basta considerar la disminución de la pobreza –monetaria– a partir del análisis de los gastos de los hogares (ENAHO) para sentirnos tranquilos. Según el INEI-2018, las familias (cuatro miembros) que tienen un ingreso mensual inferior a S/1,376 son consideradas pobres, y pobres extremas las que no alcanzan los S/732. Con una variación ya sea la zona urbana o rural.

Así, el 20.5% de la población son pobres, y el 2.8% son pobres extremos. Ojo, existe un sector de familias que logran superar la pobreza, pero su situación económica sigue siendo incierta e inestable. En cualquier momento, por factores internos o externos, pueden volver a la pobreza.

No basta el crecimiento económico para el progreso. Sino, también, cómo se distribuye la riqueza y el nuevo valor creado. Según OXFAM, la consultora internacional Knight Frank estima en más de US$17,000 millones en manos de los ricos del Perú: 880 con más de US$10 millones, 300 con más de US$30 millones, 37 con más US$100 millones y 5 con más de US$1,000 millones.

Cuando el PBI crece, pero aumenta menos que el porcentaje de las ganancias, la desigualdad crece. El neoliberalismo mercantilista, cuando perfora a un Estado débil y lo pone al servicio de las ganancias de las grandes empresas, el futuro amenaza convertir las simples lluvias en una tormenta.

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