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El presidente detestaba la política. En muchas declaraciones afirmaba que es un presidente que hace obra, como contrapuesto de hacer política, a la que entiende como “estar discutiendo todo el tiempo y polemizando”.

Este déficit es para muchos analistas lo que ha llevado a este gobierno a la situación límite en la que está. Se le reclamaba a PPK que haga política, es decir que tienda puentes con el fujimorismo. El consejo para PPK era que sin política era muy difícil que pueda llevar adelante reformas o darle continuidad a las existentes.

PPK tuvo que llegar a una situación de emergencia para que recuerde que la política es el arte de la negociación. Para no ser vacado, ofreció a Kenji Fujimori el indulto como moneda de cambio. Luego de la crisis, PPK sigue haciendo política. Su estrategia actual es consentir al grupo kenjista (mejor dicho, albertista) con apariciones mediáticas en inauguraciones de obras. Estos gestos son carnadas para los potenciales disidentes de Fuerza Popular. Si se animan a emprender la fuga, se les recompensará con obras y exposición.

Esta forma de hacer política de PPK no es improductiva; al contrario, es posible que otros disidentes sucumban a la tentación de la inauguración de la obra. El problema es el objetivo de la negociación. PPK recordó hacer política para salvar el pellejo, no para impulsar reformas.

El historiador Tzvetan Todorov recuerda que la política es el arte de negociar, pero con límites. Hay compromisos que todo político debería asumir y que deberían llevarlo a puntos no negociables. PPK no tiene estos límites, estaría intercambiando, por ejemplo, un retroceso en la reforma educativa a cambio de apoyo ante otra eventual vacancia. Hasta Humala marcó claramente este límite. Lo más lamentable es que no negocia pensando en los peruanos, sino en él mismo.

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