Donald Trump, negó hoy que las carcajadas que se escucharon en la Asamblea General de la ONU. | Foto: EFE
Donald Trump, negó hoy que las carcajadas que se escucharon en la Asamblea General de la ONU. | Foto: EFE

Cuando Trump estuvo en la ONU, era de esperarse que su discurso fuese agresivo, vanidoso y algo desubicado para la audiencia a la cual se dirigió al tratar las supuestas grandes hazañas en su país, sus críticas a la OTAN, etc. Pero hay que reconocer que el presidente de Estados Unidos es coherente en dos asuntos: en su incoherencia, como cuando asegura rechazar la ideología de la globalidad y acoge la doctrina del patriotismo para luego pedir algo tan global como que “todas las naciones” aíslen al régimen de Irán. Y es también coherente en su predilección hacia algunos gobiernos autocráticos como el régimen saudí y gobiernos europeos cada vez más autócratas como el de Polonia. Y pese a que no lo mencionó, el de Hungría.

Su simpatía por algunas autocracias ya nos la comunicó el autor del artículo anónimo publicado a comienzos de setiembre en The New York Times por alguien que trabaja en la Casa Blanca y que nos hace saber que “muchos funcionarios designados por Trump nos hemos comprometido a hacer lo que esté a nuestro alcance para preservar nuestras instituciones democráticas y al mismo tiempo frustrar los impulsos más erróneos de Trump hasta que deje el cargo.

Por ejemplo, la política exterior. En público y en privado, el presidente Trump exhibe una preferencia por los autócratas y dictadores, como el presidente ruso Vladimir Putin y el líder supremo de Corea del Norte, Kim Jong-un, y muestra poco aprecio por los lazos que nos unen con naciones aliadas que piensan como nosotros. Existe una resistencia silenciosa dentro del gobierno compuesta por personas que eligen anteponer al país”.

El artículo de The New York Times nos alivia más que cualquier artículo de la ONU que algún día Trump se atreva a desafiar.

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