Revueltas… ¿Inesperadas? (I). (Getty Images).
Revueltas… ¿Inesperadas? (I). (Getty Images).

El siglo XIX ha sido denominado por muchos historiadores del Viejo Continente como el de las revoluciones liberales, como la de la famosa novela Los miserables (la rebelión de junio de 1832) en la que Víctor Hugo dispone parte de su trama. Pero fueron muchas las revueltas populares europeas, como la de 1830-31 en Países Bajos, Polonia, España, etc.; la Comuna de París (1871); las extendidas durante 1848 y tantas otras.

El común de estas rebeliones, cada una con sus diferencias, fue la revolución industrial, cuya consecuencia se tradujo en cambios tecnológicos, comunicacionales, económicos, sociales y, sobre todo, mentales, que condujeron a los políticos a comprender que no podían seguir gobernando con los métodos tradicionales. Entonces, las tecnologías fueron los barcos a vapor, el ferrocarril y el telégrafo; más tarde la electricidad y las máquinas que cambiaron las relaciones de producción, consumo, comunicación y de hacer política. Hoy las tecnologías son más sofisticadas y globales como las de los celulares con Facebook, WhatsApp, etc., conduciéndonos a un mundo de inmediatez e individualismo. Todo esto, por supuesto, cambia nuestra manera de percibir el mundo, pero, sobre todo, de cómo nos informamos y a qué consideramos como “felicidad”.

La democracia es un sistema lento para resolver problemas de sociedades con ansiedades justas y expectativas inmediatas, como la de Francia con los “chalecos amarillos” o la de Chile con sus indignados, por lo cual hay que repensarla antes de que los Maduros, Ortegas y Evos nos la roben con su populismo de izquierda o, por desesperación, caigamos en los populismos de derecha de los Trumps, Jhonsons y Bolsonaros.


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