En esta globalización del aislamiento somos más proclives a informarnos, desinformarnos, comunicarnos y distraernos en los medios tradicionales y en las redes sociales. Por lo tanto, lo invisible (un virus), nos hace más visible los pros y contras de la interacción virtual. Compañías sobrevivirán, aunque muy afectadas económicamente, y también algunos trabajadores gracias a las “reuniones virtuales”.

La educación, en las sociedades más desarrolladas y en las clases sociales más beneficiadas de los países con más desigual- dad se sostienen gracias a aplicaciones que permiten la comunicación entre profesores y estudiantes (los más pobres no se benefician de este progreso). Los informes de gobiernos, instituciones y expertos nos son accesibles también por la gran revolución mediática del siglo 21 e, incluso, muchos pueden darse tiempo para un ocio inteligente (los más desfavorecidos no entran en este renglón) al alcance de unos cuantos clics.

Los contras de la interacción virtual también son notables: en una situación límite, se multiplican quienes se creen expertos en ciencias, salud pública, profecías, fake news y todo tipo de manifestación que satisfaga su narcisismo, expuesto públicamente, y esto puede provocar una exagerada paranoia o una falsa tranquilidad. Por eso, el criterio personal de cada ciberusuario pasa por plantearse a sí mismo si sabe cuáles son las credenciales profesionales y la credibilidad de quien publica, habla, opina o comparte audiovisuales por las redes, pues porque dependemos, más que nunca, del sentido común.

En estas semanas, la sensatez para enfrentar la pandemia y a quienes la explotan comunicacionalmente, es importante para la salud pública.

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