Esto dijo José Mujica tras enterarse de la victoria de Donald Trump. (EFE)
Esto dijo José Mujica tras enterarse de la victoria de Donald Trump. (EFE)

El ex presidente de Uruguay, Pepe Mujica, es un hombre admirable porque vive tal como lo que predica y su socialismo no es de salón, como demostró cuando fue presidente sin caer en delirios de grandeza ni de lujos. Lo difícil de comprender es que Mujica, quien estuvo preso y sufrió torturas en carne propia, se niegue hasta hoy a exigir el fin del régimen de Maduro. (Ya es tarde para llamar a elecciones con Maduro participando porque es favorecer a un nuevo fraude).

Mujica tiene su “corazoncito”, como aquellos que simpatizaron con Fidel Castro y no pudieron quebrar con el fascismo de izquierda cubano; como también los que añoran a Franco o a Pinochet. Pero un demócrata no puede ser cómplice de una de las peores dictaduras de la historia latinoamericana (vinculada al narcotráfico, al crimen organizado, a Cuba, a Rusia, e incluso a Irán y a Hezbollah). ¿Cómo es posible que Pepe Mujica promoviera la expulsión de su partido a Luis Almagro, cuando el actual secretario general de la OEA debe ser un orgullo para Uruguay en su implacable lucha por la libertad y los más básicos derechos humanos?

También el papa Francisco (Pancho) es admirable por sus intentos de reformar a la Iglesia católica y hacerla más tolerante hacia los homosexuales y la lucha contra la corrupción del Banco del Vaticano, pero ¿cómo explicar su pasividad ante sacerdotes pedófilos y que, ante la crueldad del régimen castro-chavista, se limite a llamar a un nuevo diálogo cuando ya un enviado suyo fue engañado? ¿Corazoncito de izquierda, prudencia? Tiene el ejemplo de Juan Pablo II, que se enfrentó al comunismo de su Polonia natal.

El Nobel de la Paz, Elie Wiesel, dijo que “la neutralidad ayuda al opresor y nunca a la víctima” y, por lo tanto, la neutralidad de Pepe y Pancho es agraviante.

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