Bachelet también denunció las repetidas informaciones recibidas sobre torturas durante detenciones arbitrarias. (Foto: EFE)
Bachelet también denunció las repetidas informaciones recibidas sobre torturas durante detenciones arbitrarias. (Foto: EFE)

La semana pasada repasamos la leyenda que afirma que el príncipe Grigori Potemkin armó fachadas esplendorosas en la Crimea recién conquistada por Rusia para que la zarina Catalina la Grande, guiada por una larga ruta, creyera que contemplaba maravillosas obras que escondían una realidad sombría.

Tres exdiplomáticos del exilio venezolano encabezados por Diego Arria –expresidente del Consejo de Seguridad de la ONU en 1992– escribieron una carta pública a Michelle Bachelet para que no viajara a Venezuela, porque sería utilizada por el régimen con fines propagandísticos. La alta comisionada de la ONU para los DD.HH. ignoró esta petición y fue acompañada durante casi toda su visita por funcionarios del régimen castro-chavista. A Bachelet no se le permitió acceder a las cárceles en donde están los prisioneros políticos y, aunque no fue, supo que, entre otros “sitios Potemkin”, el régimen dotó de camas, equipos y medicamentos a un hospital público en días, cuando durante años todo esto escaseó. Además, Michelle no debió visitar a la inconstitucional Asamblea Constituyente, a la cual le dio cierto mando de legitimidad.

Bachelet habló con Guaidó, con algunas personas torturadas y con familiares de gente asesinada por el chavismo, pero no se salió de la visita guiada por el régimen. Pese a ello, ya presentó un informe que deja muy mal parado al castro-chavismo, aunque lamentablemente sus recomendaciones son ingenuas porque pide a un régimen dominado por grupos criminales que respete DD.HH.; no exige intervención extranjera ante la responsabilidad de proteger a los pueblos y no anuncia que enviará a la Corte Penal de La Haya las denuncias de los miles de casos de ejecuciones extrajudiciales y de torturas a presos políticos.