Entre Donald y Boris, Rafa. (Reuters)
Entre Donald y Boris, Rafa. (Reuters)

Hay dos países que, históricamente, solían darnos una sensación de estabilidad política y democrática por la fortaleza de sus instituciones, porque más allá de gobiernos de turno se mantenían varias políticas de Estado y porque fortalecieron un sistema bipartidista funcional: Reino Unido y Estados Unidos.

Con Trump en el poder, ya no tenemos certidumbres. El presidente ataca a instituciones y agencias de su país, como a los servicios de inteligencia (frente a Putin los cuestionó por denunciar la intervención rusa en las elecciones de 2016); a las cortes judiciales que anulan sus polémicos decretos sobre su política contra hijos de inmigrantes ilegales; y a los medios de comunicación social críticos a su gestión. Trump se lleva mejor con varios autócratas que con los tradicionales aliados europeos de EE.UU.

Boris Johnson, el clon británico de Trump en cuanto a intolerancia y populismo, logró que el receso del Parlamento se prolongue para cerca del 31 de octubre con el fin de ejecutar, sin oposición, el divorcio de la Unión Europea (UE) sin acuerdos (Brexit duro), pero los parlamentarios lo impidieron con una ley que exige prorrogar el “divorcio” de la UE para poder negociar un acuerdo (Brexit blando). Johnson contraatacó pidiendo un adelanto de las elecciones generales, pero fue derrotado en su intento de concentrar más poder.

En un mundo en que Donald y Boris van socavando las pocas sensaciones de certidumbre a las que nos aferrábamos, los 19 campeonatos de Grand Slam de Rafael Nadal a los 33 años son una prueba de que aún se puede creer en algunas certezas, como la entereza, la evolución y no la improvisación, y el respeto por el trabajo y por el público (en política: la vocación de servicio y la sociedad).

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