Dr. Stuart. (Getty)
Dr. Stuart. (Getty)

El Dr. Frank Stuart enseñaba Historia de la Civilización Occidental en la Universidad de Miami. Su fervor por el conocimiento no tenía límites y lo demostraba cuando se desenvolvía entusiasmado en los grandes auditorios repletos de estudiantes que aprendían con su pedagogía sencilla, y cuando en sus conversaciones de diversos temas buscaba comprender desde procesos sociales y la fe humana hasta el misterio del alma de las mujeres (era un romántico). Asimismo, cuando ‘devoraba’ libros, incluyendo los de asuntos o autores británicos porque era un apasionado anglófilo.

Desde que lo conocí, tuvo la mala memoria de quien se olvida de sí mismo para dedicarse a los demás; de quien no recuerda lo cotidiano porque su mente divaga por el mundo de los recuerdos para reconstruir la Historia o por las pasiones por imaginar, como el cultivo de amistades, grandes amores y proyectos académicos. Si tuvo éxito o no en la mayoría de sus objetivos, es intrascendente porque el Dr. Stuart estaba tan enamorado de la vida, incluyendo su cotidianidad, que estos se volvían difusos ante un buen documental en la TV, una pequeña fiesta entre amigos –siempre con buen vino y mejores conversaciones– y cuestiones tan simples como relajarse mientras acariciaba a sus gatos y perros o mientras limpiaba la jaula de su loro.

¡Cuántas conversaciones sobre acontecimientos en el mundo, de temas personales y de sueños pudimos compartir con él mi vecina de habitación, Quelia, y yo, quienes tuvimos la fortuna de ser sus inquilinos (con estatus de familia) durante los años que estudiamos nuestros posgrados de Historia!
Y ahora que el Dr. Stuart falleció, siento que se explica aún mejor por qué el mundo es más cínico, más superficial y menos romántico.

TAGS RELACIONADOS